Muchas veces intenté escribir algún texto sobre la sudestada, siendo oriundo de Quilmes, y habiendo padecido esa etapa en que el Río de la Plata, llena de tristeza las casuchas de los indigentes que viven en las orillas. Confieso que los movimientos de los árboles, bajo el azote insistente de la sudestada es uno de los principales referentes de mi melancolía. Sin embargo, jamás pude sentarme o pararme o escribir algo sobre ella. ¿Qué pasa que a veces las palabras no nos dejan? ¿Por qué nos toman por rehenes de un algo que es indecible para nuestro espíritu, que está aprisionado en la gramática de lo profundo, y que no puede lanzar el alarido que diga todo aquello que hace falta? Hombres en botes, cajas de arroz y frazadas, las sirenas de los bomberos que anuncian la inundación sirenas que a nadie encantan, aunque varios Ulises padecen la odisea de llegar a casa, sin que Penélope teja, sino que le rece a la vírgen de la sudestada, para que el viento deje de jugar con la catástrofe y se rinde con su destino inevitable: la nostalgia.
Pedro Patzer