10/31/2020

Sobrevivientes culturales

 

Por Pedro Patzer

Es un momento clave para escucharnos, para encontrarnos, para pensarnos desde la cultura popular. La que incluye también a la historia popular. Mucha gente se enoja porque usamos la construcción "Cultura popular", arguyen que tan solo hay una cultura. Tal vez los que hacen esa crítica no pueden ver que del mismo modo que existe un modelo financiero mundial que arrastra con las economías nacionales, también hay una cultura mundial, que arrasa con las culturas nacionales. Quiero aclarar que esto no es una mirada chauvinista, sino que es el desahogo de un sobreviviente cultural, como me considero, que ha despertado de la anestesia pedagógica que instala la cultura oficial del mundo de los "ganadores". De los que avasallan, de los que les cambian los nombres a las calles, las ciudades, los ríos, los pueblos, los dioses, la historia y hasta el destino. De los que vacían la identidad, como vacían de pájaros los bosques, de àrboles los bosques, vacían de bosques los bosques. Ya la cultura no puede seguir siendo considerada como ese cuadro que duerme en el museo, ese libro que hiberna en la biblioteca o esa canción que envejece en un disco. La cultura ya es el pan que nos alimenta y no nos deja hambrientos de destino. El agua que no nos condena a ser sedientos de horizonte. El espejo que no está para que imitemos a la arquetípica belleza del consumo, sino el espejo que nos interpela con las imágenes de nuestra identidad. En él vemos que tenemos los ojos del abuelo europeo pero la mirada de la abuela criolla. Pero si comenzamos a mirar mejor, el espejo nos devolverá también un  río sin nombre, o por lo menos sin el nombre de los que vinieron a nombrar los que otros y otras ya habían nombrado en sus cantos y en las alabanzas a sus divinidades. Porque de hecho, ese río que se nos aparece en el espejo también es un Dios, un Dios nativo que nunca supo latín, pero supo el idioma del lodo y la selva, del cerro y de la piedra. La cultura popular comienza en ese río latente que todos los que habitamos esta tierra llevamos en la conciencia, ese río Dios, es también un río mujer y hombre, un río copla y danza, un río historia y porvenir. La cultura popular es la antorcha que nos guía cuando la oscuridad cultural que nos ofrecen los gerentes del destino del mundo, nos quiere ciegos de nosotros mismos. Como la antorcha olímpica se pasa de mano en mano, de atleta en atleta, la cultura popular también se comparte. Pero entonces, ¿lo masivo nos ayuda a reconocernos? ¡No confundan masivo con popular! Porque masiva es Susana Giménez. Lo popular solo es lo que expresa los anhelos genuinos del pueblo, los que conducen a fortalecer su identidad, los que llevan la semilla en su alma aquello que dará la flor de la libertad.

En su flamante enciclica"Fratello Tutii', el Papa Francisco afirma:"El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes…"

La pandemia comenzó hace muchos años, el virus del mundo caníbal que se viene devorando el mundo, pero como solo no puede, produce sus contagios a través de olvido, reemplazando la historia por ficciones que distraen, cambiando pensamientos populares por eslóganes diseñados por las agencias de publicidades, que funcionan como agencias de lotería propiciando la timba ideológica y cultural

En estos tiempos tan especiales, en que los buitres acechan, es importante recordar que las puertas que nos conducen a nuestros auténticos jardines, son las puertas de adentro. Si nos animamos a creer en esas puertas estaremos siempre en el lugar indicado de la historia y de la existencia. 



10/07/2020

El linyera y la luna

 

Por Pedro Patzer

Un linyera comparte su pan duro con el perro, su corbata suele llamar la atención de los que nunca se preguntaron para qué usan corbata, sus zapatos duermen con la lengua afuera aunque muestran sus dientes cuando hace falta, en  su valija lleva algunas cosas que el mundo ha perdido: el mapa hacia la Atlántida, antiguas lluvias que la gente dejó caer sin contemplar, y una llave que abre todos los calabozos humanos.

Cuando alguien pasa silbando el linyera se saca su sombrero invisible, sabe que el que silba recupera los trinos de los pájaros que fueron embalsamados por los que dicen amar los pájaros.  El linyera aprendió que en esta ciudad muchos de los que dicen amar se vuelven cazadores de lo amado. Le ponen correa al corazón y cada tanto lo sacan a pasear por alguna que otra emoción. Son como el verdín en las estatuas o como el cartel de "se vende" en la mirada de los resignados 

Por eso él se enamoró de la luna, pero de la luna atorranta, la que solo puede verse por los agujeros de su saco o reflejada en los vasos de vino de los que le ponen soda, con tal de que el shhhhhh del sifón calle a tantos pensamientos que se vuelven ocupas de las  noches interminables

La luna para el linyera es una cacerola vieja, una moneda para comprar el pan del sueño, un cofre que guarda todas las cosas que nadie podrá robarnos. Porque él también tiene sus oros y entiende que los ladrones nunca miran hacia arriba, ni siquiera hacia los tanques de agua en los que la luna se baña desnuda.

El linyera no cree en los transbordadores espaciales, ni en los satélites artificiales, y mucho menos en  los correctos astronautas, él sabe que solo hay una manera de llegar a la luna y es imaginando.



La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...