por Pedro Patzer
Hay
muchas cosas que unen a los hombres: la nacionalidad, la lengua, la religión. Aunque,
curiosamente, son las mismas cosas que los separan. Sin embargo, hay muy pocas
cosas que unen a los hombres sin separarlos, una de ellas es el canto. El canto
une a los hombres, porque el canto llega al corazón humano, sin pagar el
impuesto del pensamiento. El canto no pide permiso, porque sabe que el alma
jamás le pide documentos, sabe que la semilla del espíritu humano está hecha de
pasión, y el canto es el cuerpo de la pasión humana. Cuando hablo de canto,
también hablo de Poesía, ella nació para ser cantada: ¿se imaginan a los
primeros hombres que sintieron esa necesidad de cantar? ¿Se imaginan a esos
hombres sintiendo extrañas cosquillas, padeciendo esa sensación de que sus
muertos y sus recién nacidos, de que sus miedos a la noche y su fervor por el
amanecer, de que sus amores y sus odios, de que su hambre y sus banquetes
salvajes, podrían ser cantado?
El
hombre canta para conocer la verdadera dimensión de su voz, canta, para
encontrar en su voz, todo lo que el silencio sembró, a lo largo de siglos, en
él. Siguiendo ese camino, quiero unir a dos hombres que le enseñaron a la
humanidad a cantar, uno, Walt Whitman, el poeta que nació en Estados Unidos,
pero en realidad, nace en cada hombre que abre los calabozos del mundo, y
nuestro Atahualpa Yupanqui, el trovador que nació en Pergamino, aunque nace en
cada uno que entiende, el más allá del canto humano.
Whitman
es hijo de la Biblia, Yupanqui del Martín Fierro, el viejo Walt escribe su
poesía en forma de salmos, don Ata urde sus coplas en forma de canto
desesperado, a lo José Hernández, a lo Santos Vega. Walt pertenece a la
corriente trascendentalita, movimiento que anunciaba la llegada de una nueva
era, donde la intuición del hombre sería una nueva religión; Atahualpa
pertenece a la cultura popular argentina, un espacio donde se une la guitarra
traída por el conquistador y la caja heredara de una cultura ancestral
Whitman
escribió Canto a mí mismo, mientras
que Atahualpa Yupanqui creó Destino del canto, cada uno retrató en su obra,
como nadie, la desnudez y el ropaje de sus países, ambos son claves en la
cultura universal: mientras Whitman es el padre del corazón de los poetas de
versos libres, Yupanqui es el padre del canto de los trovadores del continente
En
Whitman, vida y hombre, son lo mismo, en Yupanqui, pueblo y hombre, son
similares. Whitman fue un profeta, en su poesía se canta la Norteamérica
venidera; Yupanqui fue un poeta, en su obra se comprende la Argentina
ancestral, la patria de la raíz. Whitman le cantó a los estados; Yupanqui a las
provincias, sin embargo, ambos, cantándoles a sus lugares, le cantaron a la
creación y la humanidad entera, porque en la obra de estos artistas: los ríos y
los mineros, los hacheros y los pobres; porque mientras Whitman, le cantó al
albatros , Yupanqui al Kakuy; cuando el lírico norteamericano celebró el cedro
, don Ata el algarrobo; Atahualpa se inspiró en el arriero y Walt en el
granjero,
Whitman
exclamaba: “...comienzo a cantar hoy/ y no terminaré mi canto hasta que muera. Que
se callen ahora las escuelas y los credos./ Atrás. A su sitio./ Sé cuál es su
misión y no la olvidaré; que nadie la olvide./ Pero ahora yo ofrezco mi pecho
lo mismo al bien que al mal,/ dejo hablar a todos sin restricción/ y abro de
par en par las puertas a la energía original de la naturaleza/ desenfrenada”
Yupanqui
hablaba del Destino del Canto: “Sí, la tierra señala a sus elegidos/El alma de
la tierra, como una sombra, sigue a los seres/ Indicados para traducirla en la
esperanza, en la pena/ En la soledad./ Si tú eres el elegido, si has sentido el
reclamo de la tierra/ Si comprendes su sombra, te espera/ Una tremenda
responsabilidad./ Puede perseguirte la adversidad,/ Aquejarte el mal físico,/
Empobrecerte el medio, desconocerte el mundo,Pueden burlarse y negarte los
otros/ Pero es inútil, nada apagará la lumbre de tu antorcha,/ Porque no es
sólo tuya”
Ambos
son cartógrafos de lo humano, topógrafos de cada una de las cosas que merecen
trascender el silencio y alcanzar la jerarquía del canto
TEXTO PERTENECIENTE AL LIBRO "AGUAFUERTES PROVINCIANAS" DE PEDRO PATZER - EDICIONES CORREGIDOR