por Pedro Patzer
Su nombre lo adquiere porque retumba a
leguas de distancia, resuena a leguas del Dios de los civilizados, late al
compás del Dios de los montaraces, aunque Vitillo Ábalos asegura que cuando el
legüero se toca a orillas del río Salado o del río Dulce, llega aún más lejos.
¿A qué lejanía se refiere? ¿Acaso el bombo legüero alcanza el lento corazón de
la sequía? ¿Tal vez el legüero retrata el alma de la inundación? ¿Quizás los
pasos perdidos de la Telesita? ¿Será que el bombo recupera el pájaro de la
vidala, el animal desconocido de la noche en que suena el yaraví? ¿Quizás el
estruendo del legüero sea el llamado de Indoamérica que la salamanca propicia,
tal vez el rumor del latido de la otra historia? “Desde la hondura del monte/
el bombo llamando está./ Y el corazón padeciendo.../ Y el canto se va, y se va”
(Atahualpa Yupanqui)
Como era de esperar, un antropólogo al
enterarse del término “bombo legüero” acudió rápidamente a desmitificar tan
hondo calificativo. El hombre de ciencia se tomó el trabajo de colocar un
grabador, en pleno monte santiagueño, a una legua del bombo para concluir: “El
resultado ha sido que en ningún caso llegamos a oír a estos rústicos tambores
antes de un kilómetro” Este curioso antropólogo también planea refutar a García
Márquez: “Es falso, ¡las mujeres hermosas no ascienden como Remedios, la
bella!” O advertirle a Juan Rulfo: “¡Pedro Páramo es una falacia, los muertos
no hablan!” Y tal vez, el aventurero antropólogo se anime a denunciar: “¡El
kakuy no dice turay, tan sólo canta como cualquier pájaro!” Pues, el hombre de
ciencia no consigue comprender que el bombo legüero no es un instrumento
convencional, es por llamarlo de alguna manera: un artefacto de ensoñación
montaraz, un espejo sonoro de leyendas, un altar del templo del profeta que
redime en cada golpe al parche, la luna de la última noche libre del
continente. ¿Pero si posiblemente el bombo vino en barco? Y acaso San Martín no
vino en barco a liberar a nuestros pueblos. ¿Será pues el bombo el otro sol del
silencio nativo, el corazón de los misachicos que marca el paso de la fe de los
descalzos? El antropólogo insiste: “Veíamos aproximarse el misachico
desde mucho antes, pero el bombo no es escuchaba hasta no acercarse por lo
menos a mil metros” Es que el hombre de ciencia no hubo de enterarse que el
término legüero no remite a la medida exacta superior a los cinco kilómetros,
como la carcelera definición sentencia. Se le llama legüero, al bombo que con
su retumbar consigue rescatar, desde las leguas del olvido, el sonido de las
lenguas perdidas que se hablaban en la Argentina antes de que llegara el
conquistador. Es decir, al bombo en su estruendo logra recuperar el eco del
cacán, tonocoté, chané, ona, yagán, alacaluf, allentiac, charrúa, abippón. Sin
embargo, el hombre de ciencia insiste: “Parece saberse de antemano que ningún
comprador de estos bombos industrializados procederá a realizar un control de
calidad riguroso ni necesitará jamás hacerse oír con su instrumento a cinco
kilómetros de distancia” Pareciera que el antropólogo ignora lo que realmente
busca el que compra un bombo legüero, tal vez Vitillo Ábalos, de noventa y dos
años, que hace setenta que toca el bombo, tenga la respuesta al confesar que si
bien, en tantas décadas de dialogar con el legüero le ha descubierto profundos
secretos, aún no ha conseguido revelar algunos de sus misterios. En el bombo
legüero hay un golpe como si fuera el abrir de otras puertas, como un umbral a
los otros países latentes en el silencio del pueblo. Las otras argentinas que
no caben en los mapas, pero sí en el estruendo del legüero. El bombo posee un
lenguaje, un idioma de lo cotidiano: “Cuando alguien hacía pan, tocaba el bombo
legüero, y todos sabían que tenía pan, lo mismo cuando carneaban un animal. Eh,
fulano ha carneado, decían, y allá iban”, recuerda Vitillo Ábalos.
Como la guitarra, el bombo tiene
memoria de árbol, curiosamente el legüero se hace con el tronco del ceibo
ahuecado, tal vez por esto el bombo legüero recupera la sinfonía interior del
árbol: su manual de vientos montaraces, vientos que no le piden permiso a la
civilización ni a los antropólogos para inaugurar mitos, pero también el
legüero tiene memoria animal, ya que muchos de ellos están hechos con cueros de
cabra, oveja, puma , caballo, inclusive, tiempo atrás, algunos se hacían con
cuero de perro. Hay en el latir del bombo legüero un acecho de puma, como un
galopar de caballo salvaje, una especie de perro ladrándole a la fabulosa luna
de cuero, pero sobre todo hay en el ronquido del legüero, un estruendo de raza,
un himno del corazón ancestral