por Pedro Patzer
En cada cuaderno de sudestada, el Río de la Plata narra sus tempestuosos
recuerdos, como el de aquel 24 de junio de 1806, cuando en una noche de luna
colonial, doce buques de guerra ingleses se presentan en su lecho mientras el
virrey Sobremonte disfruta de la función teatral de la obra El Sí de las
niñas de Moratín, que en un pasaje, un personaje expresa: “¡Valor! ¿Todavía
pide usted más valor a un oficial que en la última guerra, con muy pocos que se
atrevieron a seguirle, tomó dos baterías, clavó los cañones, hizo algunos
prisioneros, y volvió al campo lleno de heridas y cubierto de sangre?...” Pues,
no se recuerda a Sobremonte justamente como al valiente personaje descrito en
el Sí de las niñas, más bien como el cobarde que al enterarse de la
llegada de los ingleses, huye hacia Córdoba con 1.291.323 pesos plata. Las
coplas populares se encargan de eternizar la pusilánime actuación del Virrey:
"Al primer cañonazo de los valientes/ disparó Sobremonte con sus
parientes” “¿Ves aquel bulto lejano que se pierde atrás del monte?/ Es la
carroza del miedo/ con el virrey Sobremonte. La invasión de los ingleses/le dio
un susto tan cabal/ que buscó guarida lejos/ para él y el capital”
El 25 de junio de 1806, los ingleses desembarcan en Quilmes
(paradójicamente los gringos llegan del mar a la localidad que adquiere su
nombre por los aborígenes que arribaron caminando desde tierra adentro, específicamente
desde Tucumán, donde diez años después se declara la Independencia) eran 1.600
hombres al mando de Beresford. Dos días después, las autoridades virreinales se
rinden y entregan Buenos Aires, y las 55.000 almas que lo pueblan, a los
británicos. Sobre este suceso, Mariano Moreno comenta: “Yo he visto llorar
muchos hombres por la infamia con que se les entregaba; y yo mismo he llorado
más que otro alguno, cuando a las tres de la tarde del 27 de junio de
1806, vi entrar a 1. 560 hombres ingleses, que apoderados de mi patria se
alojaron en el fuerte y demás cuarteles de la ciudad” Curiosamente, mientras
Moreno recuerda con pena la invasión inglesa, una señora de la aristocracia
porteña, Mariquita Sánchez Thompson, la retrata con melancolía: “La gente
criolla no es linda...las cabezas como un redondel, sucios, unos con chaqueta,
otros sin ella...cada uno de un color, todos rotos, en caballos sucios, las
armas sucias...en cambio el regimiento mandado por el General Pack eran las más
lindas tropas que se podían ver, el uniforme poético, botines de cinta punzó
cruzadas, una pollerita corta, un chal escocés como una banda...este lindo
uniforme, sobre la más bella juventud, sobre caras de nieve, la limpieza de
esas tropas admirables ¡Qué contraste tan grande!”
Contrariamente a la vergonzosa actitud de la aristocracia porteña (que
cobija en sus casas a los invasores, donde les rinde sendas fiestas como
homenaje) una obrera que trabaja de mesera, les espeta a sus clientes
españoles: “desearía, caballeros, que nos hubiesen informado más pronto de sus
cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi vida que, de
haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado unánimemente y rechazado a
los ingleses a pedradas." El cancionero popular de las invasiones
inglesas, refleja la valiente posición de las criollas: "Por cada Inglés
que venzas /he de rendirte/ un corazón discreto / mil almas firmes".
El pueblo inglés celebra al enterarse de la ocupación de Buenos Aires, y
más aún, esa sociedad campeona de la ética, festeja la llegada a Londres de los
caudales que le robaron a Sobremonte (más allá de que todos sabemos que quien
roba a un ladrón tiene cien años de perdón) “¿Un corrupto?:/ Al primer
cañonazo/ de los leales,/ disparó Sobre Monte/ con los caudales” (copla anónima
de la época)
Mientras la burguesía porteña goza de la presencia anglosajona, los
plebeyos están indignados por la invasión y por la ineptitud de las autoridades
españolas, deciden, entonces, organizar la resistencia y de alguna manera
deciden reconocerse, por primera vez, como pueblo: Pueyrredón junta a 1000
gauchos, sin embargo son rápidamente dispersados por los soldados ingleses. Es
Santiago de Liniers el encargado de la Reconquista de Buenos Aires. En
Montevideo, reúne a mil hombres y en plena noche de la sudestada desembarca en
Tigre. En San Fernando se le suman paisanos a la tropa y así marcha hacia
Buenos Aires. El pueblo lo aclama a su paso, la juventud criolla y (algunos
españoles) se unen a sus filas. El 10 de agosto, Liniers llega a los Corrales
de Miserere (hoy Plaza once), después ocupa la Plaza de Toros (Hoy Retiro). El
12 de agosto comienza la Reconquista: Liniers divide su ejército en dos
columnas: una entra por la calle San Martín y la otra por Reconquista (el
nombre de esta calle recuerda el episodio). El triunfo de Liniers es completo:
Beresford queda preso, 300 soldados ingleses mueren y 1200 se rinden. La
milicia popular que comanda Liniers tiene 200 bajas: ¿Resonarán en estas 200
almas, las palabras que Sarmiento dice, años después, acerca de la
Reconquista?: “¿Por qué peleamos contra Inglaterra que nos traía el comercio
libre, la libertad de imprenta, el escrito de Habeas corpus, y una civilización
que abrazaba todos los ramos de la cultura humana?... siendo absurdos los
motivos parece ridícula o al menos lastimosa la defensa y ruinosa victoria porque
ruinosa lo fue”
El 14 de agosto se convoca a un Cabildo Abierto donde el pueblo, en un
acto inédito, elige a Liniers como virrey provisorio del Río de la Plata y
destituye a Sobremonte. Unos versos se ponen de moda en Buenos Aires:
"Ingredientes de que se compone la quinta generación del marqués de
Sobremonte: Un quintal de hipocresía,/Tres libras de fanfarrón,/Y cincuenta de
ladrón,/ Con quince de fantasía,/ Tres mil de collonería;/ Mezclarás muy bien
después,/ En un caldero inglés,/ Con gallinas y capones,/ Extractarás los
blasones/ Del más indigno marqués”
El gobierno de Liniers organiza la resistencia ante el inminente
contraataque inglés. Se crean una decena de regimientos con Patricios y
Arribeños. Se forma un ejército de casi 8.000 hombres, gauchos, mulatos,
orilleros, indios. Es decir, una milicia de criollos (criollos, palabra clave
para nuestra identidad) Allí estaban Manuel Belgrano, Martín Rodríguez,
Hipólito Vieytes, Domingo French, Juan Martín de Pueyrredón, Antonio Luis
Beruti y Cornelio Saavedra. Liniers recuerda al respecto: "¡Qué no
trabajaría yo en los once meses después de echar a los ingleses de Buenos Aires
para hacer guerrero a un pueblo de negociantes y ricos propietarios!... donde
la suavidad del clima, la abundancia y la riqueza debilitan el alma y le quitan
energía... El dependiente era más apto que el patrón... Me fue preciso vencer
todos esos obstáculos y una infinidad de otros... Aproveché de la confianza que
me adquirieron mis servicios a los habitantes para hacerlos capaces de
defenderse contra todos los esfuerzos que la Gran Bretaña hacía para
vencerlos".
La sudestada hubo de coleccionar 1807 junios cuando una nueva expedición
inglesa, esta vez de doce mil hombres, trata de apoderarse de Buenos Aires.
Aunque los ingleses no imaginan que serán recibidos hostilmente por los
criollos: desde los balcones y techos les arrojan pedradas, agua y aceite
hirviendo, y todo aquello que pudiera lastimarlos. "Cuando las 110
velas de la gran armada británica se divisaron en el horizonte - escribe Manuel
José García en sus Memorias-, este espectáculo capaz de intimidar a los más
aguerridos no causó el menor recelo a los colonos". Resignados y
humillados, los ingleses se rinden. Whitelocke, el responsable militar de la
segunda invasión inglesa, concluye: "No hay un solo ejemplo en la
historia, me atrevo a decir, que pueda igualarse a lo ocurrido en Buenos Aires,
donde, sin exageración, todos los habitantes, libres o esclavos, combatieron
con una resolución y una pertenencia que no podía esperarse ni del entusiasmo
religioso o patriótico, ni del odio más inveterado."
Paradójicamente las invasiones inglesas gestan nuestro espíritu
nacional, el pueblo comienza a reconocerse como un conjunto de almas
pertenecientes a una patria latente, una patria que empieza a tener rostros,
historias, leyendas, héroes, aromas, comidas, coplas.
Años después, la sudestada suma a sus cuadernos, la voz de Scalabrini
Ortíz denunciando: “en 1806 y 1807, dos expediciones inglesas bien pertrechadas
y suficientemente numerosas como para asegurar la conquista, invadieron la
ciudad de Buenos Aires. Las dos veces fueron derrotadas por una población civil
que apenas duplicaba el grueso de las tropas. Los comerciantes ingleses
cumplieron la obra que sus soldados no pudieron realizar” Es decir, el esfuerzo
de los criollos contra el invasor inglés, no es imitado por los que permitieron
hacer por muchas décadas de la economía (y también de la cultura) nacional, una
semicolonia inglesa. Cuántas veces se escucha a algún confundido, ignorante de
la historia de los colonizadores y los colonizados, proclamar que hubiera
convenido el triunfo inglés en aquellas invasiones. ¿Sabrán estos ignorantes
que la opresión económica y cultural del país, su desindustrialización, y el
desconocimiento de sus habitantes de la propia alma de la Argentina profunda,
de su corazón indoamericano y su resignación a ser “el granero del mundo”(es
decir, el que sólo vende materia primas sin poder construir su propia
industria) el patio trasero de la historia económica, en buena parte
tiene que ver con la estrategia imperial inglesa y con los cipayos criollos que
creyeron que civilizar era entregarles el país, como Bartolomé Mitre que
declara: “¿Cuál es la fuerza que impulsa ese progreso? Señores: ¡es el capital
inglés!”
Los cuadernos de la sudestada nos enseñan que la historia regresa como
la tempestad, y que sólo los pueblos libres (los pueblos que prefieren la dignidad
a la comodidad) pueden atravesar sus bravos vientos sin que naufrague su
identidad.
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