1/14/2020

La camisa a cuadros del hombre que acaban de detener, la compró su hijo con el primer sueldo.

por Pedro Patzer

La camisa a cuadros del hombre que acaban de detener, la compró su hijo con el primer sueldo. La eligió de ese color para que hiciera juego con sus ojos. Hace tres años que su padre está desempleado, desde que cerró la fábrica de zapatos en la que trabajó por más de dos décadas. Las manos de los oficiales que imprudentemente tocan la camisa ignoran que su hijo la adquirió para que él la luciera en las entrevistas laborales. Las manos de uno de los dos oficiales que sostienen al detenido, algunas veces han rasgado una guitarra, aunque de tanto insistir con los entrenamientos policiales, la música se volvió algo más difícil de palpar. Dentro del patrullero la camisa parece perder el color, y el esposado, un desconocido. Los transeúntes miran como se mira a un delincuente. Un destello de sol se posa sobre su rostro, una madre pasea a su bebé, los camiones siguen trasladando las vacas al matadero, en algún mar un cantante pasado de moda canta boleros en un crucero. Los relojes continúan con sus preguntas, los trenes siempre yendo a los mismos lugares, pero el detenido sabe que los relojes en ese momento dan otra hora, y que todos los trenes del mundo, en ese instante, están yendo hacia otra parte. Y que él no es un hombre en un patrullero, que es Alfredo padeciendo, tal vez, el peor momento de su vida. Un niño se acerca a la ventanilla y lo mira, Alfredo se da cuenta de que toda esta tragedia comenzó en el momento en que le hurtaron esa mirada que una vez tuvo. Los teólogos discuten sobre la diferencia entre el querubín y el serafín; los ornitólogos sobre el ave que más trina; los que se dicen especialistas en “seguridad”, en sus simposios distinguen al hurto del robo, sostienen que tanto el robo como el hurto implican el hecho de apoderarse de un bien ajeno, pero la diferencia estriba en que en el robo hay violencia. La escuela, la familia, alguna novia, los amigos, también, le quitaron sin violencia esa mirada libre. O tal vez se deba discutir más sobre qué es la violencia. Cuánto muros se construyen sobre lo que verdaderamente importa, quiso pensar en ese momento Alfredo. Se da cuenta de que la voz que sale del handy del policía parece la del relator de fútbol de una radio barrial. No es una voz severa, pero tampoco es una voz que haga lucir un padrenuestro. Alfredo había elegido esa mañana la camisa, porque sintió vergüenza de que su mujer lo viera otra mañana en su casa, por lo que le dijo que tenía una entrevista de trabajo. Ya en la calle, las cosas se dieron como la mentira suele desatar sus pequeñas guerras. Cae la noche y las luces del patrullero tienen algo de encantador, algo de Navidad, qué culpa tienen las luces que las hayan confinado a un auto que traslada detenidos.

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