Tal vez nuestra tarea sea la de habitar esa zona que existe entre lo real y lo imaginario, entre lo ideal y las cosas. Salir de la caverna, dejar de ser un mero contemplador de las sombras de la realidad, requiere que estemos dispuestos a aprender ese idioma secreto que media entre el cuerpo y el espíritu, entre lo que se debe y lo que se es, entre lo que nos dijeron que era la vida y entre lo que estamos dispuestos a aprender que es.
La primera vez que nos dijeron “esto es”, nos quitaron la posibilidad de ser “parte de eso”, nos pusieron límites, nos excluyeron, nos hicieron extranjeros a eso. Así, rápidamente nos hicieron aprender que no éramos parte del árbol, ni del viento, ni del río escondido en la montaña.
La poesía desautoriza a esa primera orfandad y nos devuelve a esa misteriosa identidad: en el poema somos pájaros, eclipse y por qué no, dioses.
Por lo tanto, la poesía nos otorga la posibilidad de reiniciar el juego de la contemplación de la existencia, de construir con los escombros del ser, de aprender a nacer en la metáfora
PEDRO PATZER, FEBRERO DE 2010, BS.AS