En el imperio de las fronteras y las contraseñas,
el viento ha abandonado sus juguetes
y se ha entregado
a la autopsia de los meteorólogos,
y en sus selvas ya no acechan
animales desconocidos,
y sus desiertos son administrados
por correctos ciudadanos
y sus héroes viven en ayunas de dioses
y tragedias
y sus ciegos no son griegos
y su poesía consta en actas
y sus sabios profesionales ignoran
la sabia divina del corazón humano
y sus pordioseros en vez de monedas reciben balas
y sus auroras en fábricas y sus ponientes en oficinas
y sus filósofos de finanzas
nos hablan de la vida
y sus músicos que ejecutan
el mismo ruido del mundo
y sus flores e islas artificiales
hacen naufragar la primavera humana
y sin embargo un niño mira al cielo
y halla un barco
y un poeta anuncia que el cerro
cada vez llega más lejos
y una anciana aprende a distinguir
entre el silencio del gorrión
y del ángel
y un hombre se permite traducir
lo que confiesan los trenes
cada vez que cruzan un puente
y una muchacha sabe que el suicida espera en su caída libre
a que el misterio le ponga alas
y hay quienes sospechan que el eco
es el fantasma de lo no dicho
porque hay algo que nos salva,
la canción de cuna que la campesina entona en medio de tanta pobreza,
el sol que ingresa en el calabozo,
la sublime pintura en la caverna
(realizada miles de años antes de
que se inventara la palabra arte)
los pibes que no juegan para ser campeones, los pibes que sólo juegan
por jugar,
y un cielo rebelde que no le pide permiso
a las cúpulas de las catedrales
ni a los muros de las cárceles,
hay gente que todavía
es dueña de su silencio
locos de la belleza que no permiten
que les empobrezcan el corazón
gente que renuncia al mundo,
para consagrarse a la vida
Pedro Patzer
