Por Pedro
Patzer
Junto a la religión que trajo el conquistador, llegó
también su diablo, diablo que fue utilizado para demonizar a la cultura indoamericana.
El indio y el gaucho comprendieron que el diablo que vino en barco era un
personaje construido por el imperio para colonizar su alma: ¿Si les habían
impuesto un Dios para gobernar su cielo, por qué no instalarles un diablo para
gobernar su tierra (su ser)?
Santos Vega, el mejor payador de la llanura pampeana,
trovador que ningún paisano hubo de vencer en el contrapunto, fue derrotado por
el diablo, Juan sin ropa. Es decir, la leyenda más importante de la llanura
pampeana relata que su mítico payador fue vencido por un forastero, el diablo,
al que denomina Juan sin ropa, no porque estuviera desnudo, sino porque no
utilizaba ropa de gaucho, es decir, vestía como un extranjero. La lectura que el
folklore ha hecho de la leyenda del Santos Vega es clara: la tradición (el
gaucho payador) es derrotado por el diablo (el progreso). Podemos también hacer
una interpretación que tiene que ver con la batalla cultural: la cultura
bárbara (el gaucho a lo Martín Fierro, a lo Vega, a lo Güemes, no el gaucho de
desfile) fue vencido por la cultura civilizada (el forastero, el extranjero, el
de otro ropaje) En este caso el diablo es claramente un agente cultural del
imperio, aunque si nos detenemos sobre el desenlace de esta leyenda, sabremos
que en cada atardecer pampeano, suele escucharse el espectral canto de Santos
Vega. Este canto legendario del payador invencible, (vencido) es el himno de la
resistencia cultural. Del mismo modo que el pueblo le cantó, entre a otros
caudillos, a Chacho Peñaloza y Felipe
Varela (ambos derrotados: el primero degollado y el segundo desterrado) y jamás
le hubo cantado a los “civilizados” Sarmiento y Bartolomé Mitre; Vega, en cada
poniente de llanura, entona la plegaria de la resistencia cultural: el payador
invencible no pena por su derrota ante el diablo, don Santos nos recuerda que
hay otro canto latente, una voz ancestral y nativa en el fondo de nosotros
mismos, en el fondo de nuestros días, en la raíz de la otra historia, en la
geografía de los otros mapas, en el silencio de los otros idiomas que pueblan nuestros
silencios.
El diablo también pone su cola en el universo de la zafra.
Es creencia que el familiar, un ser sobrenatural con forma de perro negro,
ronda los ingenios azucareros
custodiando los intereses de su amo. Se dice que el familiar es un
agente del diablo que tiene un pacto con el patrón: él cuida el ingenio a
cambio de que todos los años este le entregue un peón de su estancia para ser
devorado. ¿Es acaso este diablo intermedio metáfora del sistema económico colonial,
el que hizo del país “el granero del mundo”, o mejor dicho: el que le prodigara
su materia prima al imperio para que este nos vendiera a precio vil, el
producto terminado? Tanto es así que Argentina llegó a comprarle ponchos a
Inglaterra, ponchos que se fabricaban en
ese país que nuestra materia prima recuperada con el sudor y sangre de nuestro peón, sangre (de
país) que saciara la diabólica sed del familiar (el imperio), alimentado de
zafreros (de los sueños de emancipación económica)
Más allá de Juan sin ropa (símbolo de la colonización
cultural) y del familiar (metáfora de la explotación y de la economía
colonial) hay un diablo que el criollo ha
construido como figura de la rebeldía cultural, es el diablo que es el Dios
pagano de nuestro folklore el que con su desentierro inaugura el carnaval y que
con su entierro lo clausura. El carnaval que es un tiempo donde Indoamérica se
pone de pie, se apodera de las almas de sus habitantes (muchos de ellos se
visten y se vuelven diablos) y deja atrás el orden establecido por la
“civilización” para dar paso a la euforia secular de la Pachamama. Del mismo
modo, el Zupay, el diablo que habita la salamanca (misteriosas cuevas de
Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca) no es el satán que vino en las naves,
sino que es un diablo reelaborado por nuestro folklore que le otorga al “salamanquero”
poderes para el canto y el baile nativo. Es decir, el diablo del socavón a
cambio de un alma (otra metáfora, que se entregue el alma colonizada) prodiga
el don de recuperar el vuelo del cóndor dominando el bailecito o el yaraví, o la oportunidad de rescatar la
centenaria voz del amauta en una copla, es decir, el diablo le otorga al
salamanquero el alma libre del continente, el eco cultural de Abya Yala
No hay comentarios.:
Publicar un comentario