Por Pedro
Patzer
El poema Martín
Fierro nació como una denuncia contra todo lo que el civilizado le hacía al
gaucho: lo obligaba a presentar una papeleta cada tres meses, sino lo declaraba
vago y lo mandaba a la frontera a luchar contra su hermano el indio o lo
confinaba a trabajar gratis en las estancias.
Estos señores, representantes de la civilización, llamaron bárbaros al gaucho, al indio, al
nativo, ignorando que la etimología de la palabra “Bárbaro” significa:
extranjero. Sarmiento, que fue el creador de “Civilización y barbarie”, supo burlarse
de la palabra “argentino”, al advertir que este vocablo es un anagrama de la
palabra: “Ignorante”. La historia se rió de Sarmiento, al responderle que la
palabra “Sarmiento” es un anagrama de “Mentirosa”. Más allá de estos juegos de
palabras, hay algo fatalmente clave en esto de denominar “bárbaro” al nativo,
ya que todavía persiste en algunos personajes como Prat Gay, esa idea de que el
nativo, el que lleva sangre gaucha o india, el cabecita negra, es el bárbaro; mientras
los rubios como él, los blancos, los que saben pensar en inglés (y desconocen
cuántos idiomas originarios posee nuestro territorio) son los civilizados.
Es importante comprender la victoria que significa que Martín Fierro sea el poema nacional. Es
necesario hacer que la obra de José Hernández trascienda los círculos
tradicionalistas y las estampas conservadoras, y que sea utilizada como
herramienta para entender la realidad argentina y latinoamericana.
Hoy es el día de la tradición por el nacimiento de José
Hernández, apaguemos el televisor y abramos el Martín Fierro, les aseguro que
es un libro colmado de respuestas, una obra cargada de futuro.
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