2/12/2017

Destino de barro

por Pedro Patzer

¿Cuántos idiomas han desaparecido pero están latentes en eso que el hijo del continente siempre está por decir? ¿Cuántos ríos reclaman desde hace siglos su antiguo nombre y a veces protestan hasta la inundación? ¿Cuántas ánimas que penan, que algunos llaman leyendas y otros saben que en realidad son todas las cosas que esta tierra se ha quedado con ganas de denunciar? ¿Acaso creemos que esos idiomas, aquellas ceremonias, los nombres de tantos mundos que desaparecieron con la feroz conquista, no andan entre nosotros, buscando quien los pronuncie en una copla, en una vidala, en una pintura, en un camino? Si miramos bien, si escuchamos bien, si ponemos nuestra percepción en ello, recuperaremos algo de aquellos mensajes ancestrales de la tierra. Como el hombre que trabaja con el barro escucha lo que éste dice, el barro es canciller de la Pachamama, por eso el barro en las manos de un hombre transmite el tránsito de antiguos soles, soles sagrados, soles que todo lo amanecían. El barro en las manos de un hombre recupera las primeras llamadas de este continente: las oraciones que hacían llover y las plegarias que calmaban la furia del volcán. Un hombre que toma contacto con el barro es como el sabio y el libro, como Martín Fierro y la guitarra, como San Francisco y la pobreza.
En el barro hallamos hermanos de los ríos e hijas de la cordillera, hombres y mujeres de vasijas y selvas, diluvios y pájaros de leyendas, cerros míticos y templos del relámpago, cóndores y cantos salvajes, sacrificios y danzas.
No le temamos al barro pues lo que nos empobrece es el desierto y su pulcritud.

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