Cuántos tuvieron que amarse, para que naciera
esa mujer o ese hombre que dieran a otra mujer o a otro hombre, que a su vez
dieran otra mujer u otro hombre que dieran a una mujer, que después de miles de
hombres y mujeres, nos dieran a nosotros. En nosotros están todos ellos,
cantando, gritando, amando, sufriendo, preguntando y respondiendo. Somos todos
ellos, cada paso que damos, cada cerro que somos, cada revelación, se hacen
presentes. Es importante comprender que nuestro silencio está colmado de sus
voces.
Lo mismo pasa con la
cultura, la humanidad está siempre custodiada por todos esos que imprimieron su
mano en la caverna, que tocaron la lira informando que había cíclopes y
dioses del océano y de la montaña. Y hombres y mujeres luchando con los dioses
y con sus destinos. Tantos que nos demostraron que la piedra contenía universos
preciosos que había que desnudar, como la hoja en blanco, que también es un
espejo de todas las conciencias humanas.
No
estamos solos, decía Hamlet Lima Quintana, y cómo estarlo después de Cervantes,
del Popol Vhu, del teatro, del cine, de la poesía, del canto, del amor.
La ignorancia
promueve la soledad, en cambio, las cosas buenas de la vida inspiran la
compañía: el arte, la creación, el amor, la música, la amistad, la posibilidad
de elegir, la oportunidad de comprender que hay una fuerza divina que nos
habita.
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