por Pedro Patzer
Para los onas la montaña tiene espíritu y se llama Huepen
Mhe. En el noroeste argentino y en Bolivia saben que Runa Uturunco es un indio
viejo que por las noches se convierte en puma. Los pobladores antiguos de la
pampa también conocen que los indígenas poseen el poder de hacerse águilas,
avestruces, zorros y hasta, en caso de ser perseguidos, consiguen transformarse
en niebla.
¿Por qué occidente desprecia la magia de las culturas
ancestrales, por qué su ciencia clasifica, irremediablemente, a seres y cosas,
mientras que la sabiduría de Indoamérica (como la oriental) nos enseña que
todos somos el mundo, que cada uno es la totalidad? Es decir, un hombre es hijo
la Pachamama, es su Huayra Tata, su amante, y a la vez, es la Pachamama misma.
¿Por qué la cultura occidental nos confina a ser inmutables seres?
Mientras en Occidente la alquimia tenía como objetivo
principal transmutar los metales en oro, en Oriente la alquimia intentaba dar
con el elixir que permitiera alcanzar la inmortalidad. Del mismo modo, mientras
occidente reduce la “realidad” a lo racional, el conocimiento de los antiguos
de esta tierra, nos invita a habitar “una realidad aparte”, como bien supo
describir el escritor Carlos Castaneda, al camino del chamanismo indígena:
“Cuando un hombre se embarca en el camino del guerrero se hace consciente, de
una manera gradual, de que la vida ordinaria ha sido dejada atrás para siempre.
Los medios del mundo ordinario ya no son un amortiguador para él; y debe
adoptar un nuevo modo de vida si quiere sobrevivir” Gabriel García Márquez en
su discurso de aceptación del premio nobel, recordó: “Antonio Pigafetta, un
navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del
mundo...Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron
enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón
por el pavor de su propia imagen…” El conquistador tuvo la necesidad de darle
un espejo al nativo, pero éste que ya se reconocía en el reflejo del agua, se
conmovió ante la imagen que le devolvía el espejo, no porque nunca haya
recuperado la imagen de su rostro, sino que en ella no cabían todos sus (otros)
reflejos, el indígena veía su imagen en el pájaro, en el monte, en el viento,
en la lluvia. El espejo sólo lo apresaba en una imagen, la de un gigante. No
había posibilidad de ser el mundo, con ese espejo llegaban los límites,
las fronteras del ver. El hombre era sólo un hombre, no un hombre lluvia, un
hombre rayo, un hombre custodio de los pájaros. Y así los cartógrafos europeos encarcelaron a la
Pachamama en un mapa, y a los dioses como Kasogonagá, dueño de los rayos, según
los tobas y Jachuká, la diosa solar de los mbya guaraníes, el dios luna,
el hombre de fuego, y tantos otros dioses nativos los desterraron (y los descielaron)
y los reemplazaron por un solo Dios, que tenía un representante en la tierra,
que en 1537, no tuvo más remedio que reconocer que “los indios también tienen
alma”
Volviendo a Carlos Castaneda, Octavio Paz definía su obra
como la derrota de la antropología y la victoria de la magia ante la ciencia,
ya que Castaneda era un antropólogo que fue a investigar a don Juan, un chamán
yaqui, y terminó convertido en un hechicero yaqui: “Somos hombres y nuestra
suerte es aprender y ser arrojados a inconcebibles nuevos mundos. Un guerrero
que ve energía sabe que no hay fin a los nuevos mundos para nuestra visión”
Es decir, el poder de la tierra y de su sabiduría: ¡Cuidado con los ríos
que enseñan otras músicas! ¡Cuidado con los desiertos que enseñan otros
silencios! ¡Cuidado con los vientos que recuperan ancestrales idiomas! ¡Cuidado
con los ojos que tienen para prestarnos los cerros, el horizonte, el árbol y
aquellos humanos que no se resignaron a las fronteras políticas, biológicas y
culturales, y se asumieron parte de otra dimensión.
Mientras la publicidad nos convence de que el mundo se
compra y se vende, mientras el turismo nos hace creer que es posible alquilar
paisajes espirituales (por cinco días y cuatro noches) mientras nos invitan a
estudiar sólo para ocupar un puesto laboral, hay otro misterio latente, un
conocimiento silencioso, un camino donde la antigua sabiduría de esta tierra
nos invita a hallar una nueva manera de ver la vida, lejos de la “vida”
(producto) que el dios mercado propone.
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