por Pedro Patzer
Las sirenas empetroladas
encantan al Ulises del conurbano que se ata al mástil de la escuela donde los
evacuados responden las preguntas de la sudestada. La sudestada indaga a los
que hacen nidos provincianos en los andamios del gran Buenos Aires, a los que
se cuelan en el tren Roca, a los de la liturgia del neumático encendido, a los
de la misa del temporal, y también a los que se aman en la adversidad de tan
cuestionador viento, se aman entre crímenes y milagros urbanos, entre el desierto
colmado de casas bajas y venecias equivocadas, donde la comida no perecedera y
los botes descoloridos son las musas del pincel del diario popular.
Las plegarias de los nadies
se reúnen en un mismo viento: la sudestada. La misma sudestada que toca el piano
desafinado de los grises días, la sudestada que juega con los Quijotes sin
molinos de viento y que hace goles solitarios en baldíos sin pibes campeones,
la sudestada que construye catedrales de pobrerío, que impregna su perfume de
mundo moribundo y cuestiona a los que viven en las trincheras de oro, porque la
sudestada es el más elegante de los maleducados vientos, autodidacta de
intemperie y de campanas sin templos, y de calesitas de plazas sin nombre,
viento que no mece el trigo ni el maíz, viento que inaugura la temporada de
crónicos silencios, de cumbias alegremente tristes, de bingos que humillan a la
suerte; la sudestada inicia la trama del oleaje de arrabal, oleaje desconocido
en Hawái, oleaje clandestino del mundo que juega en las riberas de Quilmes,
Ensenada, Berisso, Avellaneda, oleaje de río que colecciona barquitos de la
sudestada que jamás se entregarán a la botella, o a los prolijos amarraderos de
la prefectura, las lanchas de la sudestada anclan en árboles pintados con cal,
en monumentos de héroes condenados a la piedra, sus piraguas trafican soles
guaraníes, soles que tienen amaneceres pendientes (los amaneceres que liberarán
a este continente de su larga noche)
La sudestada lleva, por los
países de la infancia de los inundados, los cuentos de los viejos pescadores de
río, cuentos de las mil y una noches del delta. La sudestada que cartonea
camalotes (con memoria de selva), la sudestada que es el embrujo del idilio del
aire y el río. ¿Hacia dónde se lleva lo que se lleva la sudestada? ¿en qué
galpón de viento guardará los botes quebrados, los árboles vencidos, las redes
de arcos solitarios y el corazón de los isleños como su única ancla ante la
prepotencia de la inundación?
La Sudestada recupera
antiguos alaridos y los reparte, recupera los tesoros del galeón hundido y los
escombros del zapato que tantas veces ilusionara al pescador, la sudestada es
la hija del río de la Plata, es su milonga rea, su tango rabioso, su lunfardo
de invierno, la amante fatal del orillero.
Hay quien cree que la
sudestada es el fantasma del Río de la Plata, el alma de los barcos espectrales
que regresan en forma de viento, sin embargo la sudestada es una misteriosa
flor silvestre que crece en el aire, una flor desesperada que azota los
muelles, una flor que protesta contra la ribera de las ciudades marchitas
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