Por Pedro Patzer
“Trabajaba de albañil,
de esquilador, de peón, sin embargo cuando Paulino Ortellado tocaba la
guitarra, dibujaba con el alma y las manos le hacían caso”, reflexionó
Carlos Loza, trovador pampeano, al recordar al héroe de las seis cuerdas de su
provincia, al guitarrista de manos rústicas que logró, como pocos, conmover a
la arisca milonga de los desiertos.
Del mismo modo en que el
viejo resero mantiene diálogos íntimos con el confín, y que el pupitre de la
escuela pueblera custodia la madera de la infancia, Paulino Ortellado descifraba,
los ocasos pampeanos con su guitarra de alma de caldén. Las manos de Paulino
exhibían las llagas producidas por la cultura de la adversidad, las heridas
propias de un virtuoso nacido en el interior del interior, allí donde las cartógrafas
soledades marcan fronteras, allí donde la milonga es trabajada por los labriegos
de la memoria.
Hay un paisito que se
revela entre la prima y la bordona de Ortellado; un pequeño país de un río
robado; de un pampero como plegaria pagana; de forasteros ante los fantasmas de
los salitrales; del galopar clandestino de Bairoletto y los bandoleros sagrados;
de las resignaciones de arena y del enorme horizonte sin ecos, aunque lo que el
horizonte calla, los artistas como Paulino lo recuperan con sus guitarras.
Ortellado nació en El Odre y fue
en ese remoto pueblo del oeste pampeano que entre pala, hacha y otras
herramientas de trabajo, aprendió a tocar la guitarra como quien aprende a
abrir la tranquera del silencio, para que salgan las milongas más orejanas.
Autodidacta, Paulino acudió al conservatorio de la calandria y de los fogones,
aprendió a leer del pentagrama en la mirada de su gente, de la música de los
caídos de los mapas, Carlos loza recuerda: “un día, él estaba tocando en rueda de amigos y en un pasaje de la obra
le erró a una nota, en ese mismo instante Paulino largó una risotada y dijo: “me
equivoque fiero” y siguió tocando como si nada, ni ninguno de esos temores al
pifie que muchas veces tenemos los que nos formamos en conservatorios. E esa
risotada de Ortellado fue la llave a un mundo nuevo en el que me mostró que
hacer música es jugar y compartir con el que está escuchando. Un maestro” Paulino
Ortellado consiguió que la huella, la milonga, el estilo, se parecieran a la
voz del desierto pampeano; alcanzó un sonido que suena como el callar del
molino luego del escarmiento del pampero; la poética de su guitarra logró el
ritmo de la breve y extensa noche del peón, y del misterioso horizonte que muy
pocas veces es corregido por alguna presencia, porque en las manos de Paulino persistían
los sonidos mapuches y ranqueles, los
ritmos que los hijos de Martín Fierro esparcieron por la Pampa y el espíritu innovador
que los poetas de su provincia le incorporaron al cancionero.
Wikipedia diría que Paulino
Ortellado murió a los 78 años y que nos dejó tres discos: “Travesías”, “Hermana
Milonga” y “Para Volver”, aunque nosotros preferimos decir que el guitarrista
de El Odre, alcanzó la ciudad de los césares, con sólo tres discos.
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