por Pedro Patzer
“Cuanto más pequeño es el corazón, más
odio alberga” escribió el poeta francés Víctor Hugo.
Desde burros con libros a ignorantes
profesionales, desde negligentes existenciales a seres que están a la deriva de
los días. Desde francotiradores de los dedos que siempre disparan
mezquinamente, a pigmaliones enamorados sólo de sus propias estatuas. Desde
indiferentes hasta la crueldad a los que hacen la verificación ideológica
vehicular. Desde los atletas de copiar y pegar eslóganes a los que condenan a
los condenados. Desde los que salan las heridas irremediables a los que se
entregan a la pereza del pensamiento emoticón. Desde los que no se animan a
abandonar su fantasma a los que tienen una inmediata certeza ante cada suceso.
Desde los envenenadores de cualquier sueño a los traductores oficiales de la
realidad. Desde los licenciados en fronteras a los doctores en desiertos, desde
los maquilladores de bestias a los publicistas del espanto. Desde los que le
hacen el nudo de la corbata (al tantas veces ahorcado), a los voyeurs de cadáveres.
Desde los obispos que enumeran ángeles caídos a los que proscriben los milagros
cotidianos. Desde los niños cantores de las fatales primicias a especialistas
en tragedias (que nada tienen de griegos). Desde gourmets de caníbales a
cómplices de la nada. Desde los siempre turistas en los más dolorosos paisajes
a los que promueven la Historia como lotería. Todos ellos conforman el
club de los corazones chiquitos
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