Por Pedro Patzer
Los que clamaron la voz en el desierto
se hicieron música de porvenir.
Muchos de los condenados al ocaso
le dieron al mundo sus más importantes auroras.
No había minuto a minuto para el Sócrates que elegía morir a vivir sin virtud,
ni para el pintor que consiguió retratar
(en el dolor de los animales despedazados bajo la bombardeada Guernica)
la agonía de la humanidad.
Aunque los relojes sigan con sus tic Tac,
los publicistas con sus bang bang
y los fantasmas del mundo con su ignorancia,
habrá alguien encendiendo el mañana,
habrá alguien custodiando la semilla
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