Por Pedro
Patzer
Una
palabra puede hacer crecer el Himalaya en tu silencio,
darte
auroras que irrumpan en la noche del mundo.
La
palabra puede hacer de tu corazón una antorcha,
una
luciérnaga, un guerrero,
quitarte
los personajes que los dramaturgos oficiales hicieron de vos,
otorgarte
el libro en blanco del horizonte.
Una
palabra puede ser una contrabala: con ella podés herir de vida,
cantarle -por primera vez - una canción de cuna a los ancianos huérfanos.
La
palabra puede despojarte del ropaje del miedo,
burlarse
de las medallas con que se escapan de sus fantasmas los resignados.
Una
palabra puede hacer de vos una nave de los libres,
que
engañe a los radares militares,
que
traduzca el olvidado canto de la vieja sirena.
Una
palabra puede ser el oro de la soledad,
el
jardín intruso en el imperio del desierto,
la
herramienta del ángel humano y del pan divino,
para
trascender las lecciones que imparten
los que
matan al día.
La
palabra puede ser el comienzo de la revolución,
la fuente
que preservará al bosque, al río, a la canción humana,
en medio
de esta sequía de bondad, belleza y pensamiento.
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