9/26/2024

¿Por qué un colibrí no se deja tentar por la flor artificial?

por Pedro Patzer

¿Por qué un colibrí no se deja tentar por la flor artificial? 

Las máquinas no lloran, por lo que jamás podrán entender por qué ante la tristeza brota agua de los ojos humanos. De hecho, consulté a la inteligencia artificial sobre este asunto y me respondió: “Una lágrima es un líquido claro y salado que se produce en las glándulas lagrimales de los ojos.” Por supuesto, el chat gpt nunca conseguirá sentir lo que Alfonsina Storni: “Bien se ve que tenemos adentro un mar oculto,/Un mar un poco torpe, ligeramente estulto…Que se asoma a los ojos con bastante frecuencia” ¿Qué es eso de llevar adentro un mar oculto que por una misteriosa razón es el origen de las lágrimas humanas? Jamás podrá explicarlo la inteligencia artificial y mucho menos si sabemos que la autora de estos versos decidió ingresar caminando a la muerte en el mar. La victoria de la metáfora sobre las máquinas acontecerá porque su espíritu está en la imperfección de la mirada, que por algún motivo, se vuelve prodigiosamente humana. La inteligencia artificial jamás comprenderá que pueden ser sinónimos mágicos el puente y la semilla y nunca va a poder explicar por qué una misma campana suena amable por las mañana y patética por las madrugada o por qué el tiempo que miden los relojes no consigue retratar el minuto humano cuando se produce el milagro o la tragedia, no entendería nunca aquello que pronosticaba Jacobo Fijman: “Es muy larga la noche del corazón” Es decir, que el corazón humano tiene su propia noche y además es una noche que puede durar años. La exacta torpeza de un artefacto jamás podría interpretarlo, como tampoco que para los humanos los lugares cambian con la presencia y la ausencia de un ser amado, como indica el poeta Francisco Luis Bernárdez, en La ciudad sin Laura: “El dulce nombre que pronuncio para poblar este/ desierto es el de Laura”, o que los planos de la casa de la infancia distan mucho de cómo los reconstruye la memoria, los manuales de arquitectura con que se nutre la inteligencia artificial no tienen nada que hacer ante los planos que dejó en nosotros la niñez, ella sólo puede realizar una descripción literal del conocimiento obtenido por el mundo, lo que no consigue es habitar ese territorio de lo inefable, ese sentimiento tan humano que no puede ser explicado con palabras. “¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida?” se preguntaba la poeta Delmira Agustini en su poema Inefable, y cómo podría una chatarra de algoritmos comprender que una persona pueda llevar dentro una estrella dormida, que según su programación, una estrella es sólo un “Cuerpo celeste que brilla en la noche”, como dice el diccionario, y conforme esa lógica, la estrella no tiene la capacidad de dormir y mucho menos dentro de un ser humano. 

Las máquinas no lloran, pero tampoco ríen, sueñan, ni padecen insomnio, las máquinas no rezan, no cantan Om, ignoran lo que es no llegar a fin de mes o luchar por un mundo más justo, las máquinas no saben lo que es ver nacer un hijo o decirle adiós a alguien amado ¿Qué algoritmo podrá organizar todo eso que nace de los que se dicen adiós? Las máquinas no tienen la capacidad de vincularse con las cosas invisibles. El fotógrafo Robert Frank afirmaba: “Lo importante es ver aquello que resulta invisible para los demás”. Es decir, hay algo más allá de lo que se ve, de lo que se describe, de los epígrafes del mundo, allí está lo imperfectamente humano, donde comienza el gran río de lo invisible, río que nunca dará de beber a la inteligencia artificial, que entre tantas carencias, no tiene quizás una de las virtudes más misteriosamente humana: la fe. 

Ha llegado el momento de admitirlo y hacer de eso la bandera de una nueva era: la imperfección humana es el comienzo del futuro, la fuerza que sostiene la raíz de las cosas que no se venden ni se compran, esas que no podrán arrebatarnos los que se creen los dueños del mundo con su nuevo juguete de domesticación, como el Quijote viendo en los molinos de viento un gigante, el preso que llena su calabozo de pájaros y flores imaginarias y vive su primavera, o alguien que abraza tan fuerte un recuerdo que lo vuelve presencia.Y ni que hablar del amor que vence a todos las especulaciones y de la llama de la vocación que rompe los fríos cuarteles del utilitarismo.

Cuando quieran humillar al humano con la inteligencia artificial, recordemos aquel verso de Walt Whitman: “la articulación más pequeña de mi mano,/avergüenza a las máquinas” 


 Pedro Patzer











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