por Pedro Patzer
Como el protagonismo del gaucho en el
poema nacional y en el santoral popular (clandestino) argentino, ese mismo
gaucho perseguido y despreciado que ha conquistado la cultura y la fe de su
pueblo, a través de Martín Fierro y el Gauchito Gil. Del mismo modo un pianista
muchas veces amenazado y encarcelado por su ideología (comunista) se transformó
en el amuleto y el santo de los músicos (y de los que la vida varó en sus
insondables silencios) o como él mismo se reconocía: "la medallita del
pueblo".
La cultura popular ha creado un
arquetipo que ha destrozado la carrera artística y la vida personal a muchos:
el mufa. Talentosos artistas han sido envueltos en este siniestro sayo nacido
de la envidia, así se han eclipsado carreras y obras.
La maldad produce una superstición que
hace que inseguros “periodistas” culpen de sus frustraciones a estos condenados
artistas. De modo que dejan de difundir e invitar a los “yetas”. Sin embargo a
veces a los malvados el tiro les sale por la culata y cuando la envidia los incita
a darle el mote de mufa a un artista, por un extraño misterio, los vuelven
símbolos de la buena suerte. Algo así sucedió con Osvaldo Pugliese, quienes no
se conformaron con perseguir y encarcelar por sus ideas políticas, además
quisieron hacer de él un yeta. Pero don Osvaldo se convirtió en el
milagrero de los músicos, en un santito de los que luchan por no perder su
propia música, pese al ruido del mundo. Tanto es así que cada vez que Pugliese
era detenido, su orquesta se presentaba con un clavel rojo sobre su piano
solitario. Era la contraseña con la que sus seguidores ingresaban a esos
conciertos con una ausencia presente. Nadie podría asegurar de qué jardín se
sacaba ese clavel aunque todos podríamos afirmar que esa flor nunca hubo
marchitado. De hecho nadie lo piensa como muchos claveles, se sueña como un
mismo clavel, la misma antorcha, la misma paloma, la misma bandera, la única
llave, como su música. En ese clavel rojo podría estar la cicuta que le
hicieron beber al viejo griego y los clavos con los que crucificaron al
redentor. Es decir, ese clavel viene de lejos, ese clavel perdurará por
siempre. Ese clavel rojo es el No necesario para decirle Sí a las mejores cosas
de la vida. El mismo No que a la larga fue el SÍ de Sócrates, Cristo, Dorrego y
tantos otros. Como ese clavel, la presencia de Pugliese se ha vuelto figura de
la buena suerte. Son muchos los músicos que lo tienen retratado en sus
guitarras, camarines, hasta tatuado en sus cuerpos. Su poder antimufa custodia
a los artistas en sus retos más difíciles. Charly García, León Gieco y tantos
otros promueven a este santo de Villa Crespo, este milagrero de café, que
custodia a los músicos desde esos “culodebotella’ que esconden detrás a
dos ojos que parecen hormiguitas de pentagrama. Tal vez a través de esos
gruesos anteojos era posible ver ese otro mundo que soñaba, ese deseo que le
hizo crear el sindicato de músicos, esos ideales que le otorgaron una claridad
mental, un pensamiento antorcha: “La soberanía nacional se defiende también con
la cultura”
La vida de Osvaldo no fue fácil, pero
él nunca estuvo solo, su dignidad fue lo que el bastón a Chaplin, o mejor
dicho, su dignidad fue su otra música. Saúl Cascallar, compañero de
cárcel del maestro, recuerda: “Pugliese estaba allí, y cuando le tocó barrer
los pisos, la gente le decía: “No”. Pero él decía: “Yo también”, y él también
pasaba el lampazo con todos los demás presos, y al otro día le tocó ir a la
cocina a pelar papas. Y peló papas.” Cómo extrañaría don Osvaldo a su piano en
la celda, todo la música que acumularía en los silencios de calabozo ¿Pero
acaso el que encierra al pájaro en la jaula, puede encerrar su canto? Ese
hombrecito del piano se hizo gigante en la historia del tango y tuvo que
padecer todo lo que anunciara Yupanqui en el destino de canto: “Si tú eres el
elegido, si has sentido el reclamo de la tierra,/ Si comprendes su sombra, te
espera/ Una tremenda responsabilidad./ Puede perseguirte la adversidad,/
Aquejarte el mal físico,/ Empobrecerte el medio, desconocerte el mundo,/ Pueden
burlarse y negarte los otros,/ Pero es inútil, nada apagará la lumbre de tu
antorcha,/ Porque no es sólo tuya./ Es de la tierra, que te ha señalado”
Osvaldo Pugliese, como tantos artistas
populares que lograron alcanzar el alma de su pueblo (Antonio Tormo, Atahualpa
Yupanqui, Mercedes Sosa, Horacio Guarany,etc), tuvo que pasar por estas
penurias, aunque el villacrepsense consiguió lo que ninguno de los otros pudo:
regresar como un santo.
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