“…y prendido a la magia de los caminos, el arriero va…” escribió Yupanqui.
Los caminos tienen su elenco estable de piedras y pájaros, de obreros del horizonte y jefes de un silencio que muy pocos hombres saben pronunciar. Tal vez por eso la verdadera medida del alma de un pueblo, es sus caminos.
Los caminos delatan los diversos paisajes espirituales del país: la geografía de la ronca caja de Gerónima Sequeida (caja donde los huesos y los cantos ancestrales de los originales ángeles de los valles) y del Kultrún de los mapuches (tamborcito donde el volcán y las estrellas, hacen sucumbir al cielo patagónico)
Los caminos le ponen ritmo a la soledad del pampeano: ¿Acaso no es la huella un manifiesto de soledad planetaria, acaso la milonga no es una muestra del paso lento y cansado de los descalzos? “…mirando el camino pensarás en mí…” anuncia la Milonga del que se ausenta. Los caminos son las memorias de la distancia: “Se levanta en el cerro/ la voz doliente de la baguala/ y el camino lamenta ser el culpable de la distancia” (Camino del Indio, don Ata) Los caminos sienten nostalgias por la cartografía humana desaparecida: la marcha de los antiguos carros, el andar de los auténticos caudillos y sus soldados que con sus fusiles de seis cuerdas, entonaban cielitos y triunfos.
Dicen los monjes budistas que su tarea es estar siempre en el camino, los máximos poetas que se internaron en los bosques o en las heridas del mundo, siempre han concluido que en el camino está la finalidad de la vida: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” (Antonio Machado)
Los caminos engendran leyendas: La Difunta Correa (metáfora de la sed de los caminantes); el espectro errante de Santos Vega, por los caminos (alegoría del gran canto de los vencidos); las ermitas al Gauchito Gil (los verdaderos templos de los descalzos); la inalcanzable Ciudad Esteco (siempre en la senda hay una ciudad escondida, una capital del gran misterio)
Los caminos también fecundan tragedias: ¿Cuántos artistas se han ido en ellos? Tamara Castro, Jorge Cafrune, Hernán Figueroa Reyes, entre muchos otros.
En los caminos están las respuestas a las preguntas que siempre nos hemos hechos o quizás nunca: Roberto Chavero comenzó a llamarse Atahualpa Yupanqui en los caminos; Ricardo Neftalí Reyes Basoalto empezó a nombrarse Pablo Neruda en los caminos; Martín Fierro y el Quijote comenzaron a ser eternos en los caminos.
Los caminos sólo se modifican por los caminantes: Seclantás no es el mismo después de Ariel Petrocelli; Hualfín y Corral Quemado, no son lo que eran antes de que Jaime Dávalos los hiciera Zamba; Monteros no es igual, luego de que lo cantara Mercedes Sosa
Cuantos más caminos acumulemos, a más lugares, de nosotros mismos, habremos llegado
Los caminos tienen su elenco estable de piedras y pájaros, de obreros del horizonte y jefes de un silencio que muy pocos hombres saben pronunciar. Tal vez por eso la verdadera medida del alma de un pueblo, es sus caminos.
Los caminos delatan los diversos paisajes espirituales del país: la geografía de la ronca caja de Gerónima Sequeida (caja donde los huesos y los cantos ancestrales de los originales ángeles de los valles) y del Kultrún de los mapuches (tamborcito donde el volcán y las estrellas, hacen sucumbir al cielo patagónico)
Los caminos le ponen ritmo a la soledad del pampeano: ¿Acaso no es la huella un manifiesto de soledad planetaria, acaso la milonga no es una muestra del paso lento y cansado de los descalzos? “…mirando el camino pensarás en mí…” anuncia la Milonga del que se ausenta. Los caminos son las memorias de la distancia: “Se levanta en el cerro/ la voz doliente de la baguala/ y el camino lamenta ser el culpable de la distancia” (Camino del Indio, don Ata) Los caminos sienten nostalgias por la cartografía humana desaparecida: la marcha de los antiguos carros, el andar de los auténticos caudillos y sus soldados que con sus fusiles de seis cuerdas, entonaban cielitos y triunfos.
Dicen los monjes budistas que su tarea es estar siempre en el camino, los máximos poetas que se internaron en los bosques o en las heridas del mundo, siempre han concluido que en el camino está la finalidad de la vida: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” (Antonio Machado)
Los caminos engendran leyendas: La Difunta Correa (metáfora de la sed de los caminantes); el espectro errante de Santos Vega, por los caminos (alegoría del gran canto de los vencidos); las ermitas al Gauchito Gil (los verdaderos templos de los descalzos); la inalcanzable Ciudad Esteco (siempre en la senda hay una ciudad escondida, una capital del gran misterio)
Los caminos también fecundan tragedias: ¿Cuántos artistas se han ido en ellos? Tamara Castro, Jorge Cafrune, Hernán Figueroa Reyes, entre muchos otros.
En los caminos están las respuestas a las preguntas que siempre nos hemos hechos o quizás nunca: Roberto Chavero comenzó a llamarse Atahualpa Yupanqui en los caminos; Ricardo Neftalí Reyes Basoalto empezó a nombrarse Pablo Neruda en los caminos; Martín Fierro y el Quijote comenzaron a ser eternos en los caminos.
Los caminos sólo se modifican por los caminantes: Seclantás no es el mismo después de Ariel Petrocelli; Hualfín y Corral Quemado, no son lo que eran antes de que Jaime Dávalos los hiciera Zamba; Monteros no es igual, luego de que lo cantara Mercedes Sosa
Cuantos más caminos acumulemos, a más lugares, de nosotros mismos, habremos llegado
Pedro Patzer (publicado en http://www.boletinfolklore.com.ar/)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario