7/24/2014

Entre Dios y Ñamandú, Corrientes

Entre Dios y Ñamandú, Corrientes
por Pedro Patzer



Entre Dios (el dios que vino en barco) y Ñamandú (Dios principal de la mitología guaraní)
Entre la devoción sagrada  a Nuestra Señora de Itatí y los milagros paganos del Gauchito Gil (el embajador espiritual de Corrientes en todo el país)
Entre el cielo de los jesuitas y la tierra sin mal de la cultura guaranítica (aunque se supone que la tierra sin mal era inaccesible a los vivos algunos conseguían alcanzarla sin pasar por el misterio de la muerte)
Entre la cruz y el payé (este amuleto para que surta efecto debe ser fabricado con diversos materiales: cuernos de toro, tallos de yerba mate, huesos de muertos, y en horas y días especiales como viernes santo)
Entre las naves del conquistador y las barcas del jangadero (el jangadero era la persona que se encargaba en el río Paraná, de guiar troncos hasta el aserradero)
Entre el idioma español y la lengua guaraní :“el guaraní es un idioma con un contenido poético increíble. Cabeza en castellano no tiene nada de poesía, pero en guaraní significa: el hueso que contiene el alma”. (Pocho Roch)
Entre aquel dicho: “Si Argentina entra en guerra, Corrientes la va a ayudar”  y el ser la cuna del padre de la patria: “Duerme niño José/ ese día llegará/ Niño de Yapeyú/ sueña con la Libertad”
Entre el Paraná, río pariente del mar, río donde los franciscanos se consagraron a la pobreza,  y el Uruguay, río de los pájaros, donde los jesuitas se entregaron a las misiones
Entre el que se queda y su cultura de la adversidad y el desarraigo del que se va, y su cultura de la nostalgia, o ese llevar a Corrientes consigo. Llevar a Corrientes en sus manos que destina a la plantaciones de algodón de Chaco o a la zafra tucumana o a los andamios de Buenos Aires: “ Y yo, chamigo, extraño los “buen día” de mi pueblo,/ el “¿Cómo amaneció?,¿Cómo le va?”, el “¡A buen tiempo!” y el “¡Está en su casa!”, el “¡Hasta luego!” y el “¡No faltaba más!”...” (Provinciano desterrado. Julián Zini)
Entre la acordeona traída por el inmigrante y el chamamé del guaraní. Pocho Roch sostiene: “Es el chamamé, un rezo danza para los días de lluvia. Chamamé significa `estar en la lluvia con el alma mía´. Para el guaraní la palabra era el alma. Y era un canto rezo para los días de lluvia. La lluvia era el bien más preciado que Dios le regalaba para equilibrarles el alma y la mente, además de ser utilitaria para sus cosechas. Las reuniones entre los más sabios de la tribu se hacían los días de lluvia y se llamaban Amandayé, que quiere decir amar la lluvia y lo que dice la lluvia”
Entre el acecho a medianoche del Lobizón y las travesuras  del  Pombero en la siesta campesina (las leyendas son ingredientes fundamentales de la cultura litoraleña. Tal vez la más importante literatura de la región)
Entre el  payesero y el padre Julián Zini que ecuménicamente abraza la fe católica y la pagana: “Honda expresión correntina de nuestra fe popular/ en la cruz de Antonio Gil el pueblo viene a rezar/ y a su modo, clama al cielo por la justicia social/ y por ese catecismo que no le supimos dar
Entre la luna como una vieja toldería india y el sol morada de Tupá, dios de la lluvia, de la luz, del universo.
Entre los valientes gurises que dieron su vida en Malvinas y el mítico Andresito Guacurarí, montonero guaraní, héroe de los de abajo: “Para la historia oficial /fuiste siempre un bandolero,/ General improvisado/ de un ejército harapiento;/ profanador de costumbres,/ de apellidos y abolengos;/ usurpador de la tierra,/ vengador de tus abuelos…/ Para nosotros, en cambio,/ tu nombre seguirá siendo/ la sagrada rebeldía/ de una dignidad sin precio,/ que se aguanta la pobreza/ y sobrevive al saqueo…” Andresito de Julián Zini)
Entre el gaucho Isidro Velázquez y sus correrías legendarias y José, el personaje de la canción de Teresa Parodi que nos ayuda a tomar conciencia de la catástrofe de la inundación. También mencionaremos la tragedia del desafortunado Cantalicio (personaje de Mario Boffil)  que tuvo que vender su acordeón o de Carito (personaje de Antonio Tarragó Ros) que desde un banco de plaza de Buenos Aires extraña el fervor de su pueblo

Entre todos estos mundos, dioses, mitos, leyendas, chamamés, artistas, hombres, mujeres, sueños, próceres, bandoleros sagrados, vírgenes, ríos, idiomas, hubo de levantarse una identidad tan poderosa, que con sólo una palabra se define: Corrientes

Las curanderas, genuinas personalidades de nuestra cultura


Las curanderas, genuinas personalidades de nuestra cultura
por Pedro Patzer*


 
Los que hacen de la cultura un lugar para pocos, esos carceleros de museos y academias, esos profetas de la pulcra tragedia, esos que hacen turismo por la herida y la sonrisa del pueblo, olvidan que la cultura también cura empachos, rompe maleficios, hace payés, porque aunque no salgan en las tapas de los suplementos culturales ni les otorguen el konex por su labor, las curanderas son protagonistas de la cultura popular ¿Qué hubiera sido de la formación de Favaloro sin la sabiduría de las curanderas? ¿Qué de San Juan sin la presencia de la sanadora Doña Felipa? ¡Sí! ¡La cuna del civilizador Sarmiento, tuvo como máximo referente cultural a una curandera! ¿Qué hubiera sido de tantos campesinos y puebleros, que ante la ausencia de médicos, recurrieron a las milagrosas remedieras, esas curanderas que además del cuerpo, sanan el alma.
De tantos cuentos de lugares lejanos (que tanto excitan a los referentes de la alta cultura) hemos tenido noticias de sus hechiceras, sin embargo en todos esos pequeños países que conforman este gran país tenemos a nuestras magas, las llamamos curanderas y con yuyos, masajes, oraciones y agua, efectúan curas por los diversos rincones de nuestras comarcas. Para comenzar hablar de las curanderas debemos antes mencionar a las machis. La machi, hechicera araucana, especie de puente entre el misterio y el mundo, entre lo sobrenatural y lo humano, entre la rígida medicina occidental y la sabiduría ancestral, algo así como un sol rebelde y salvaje que surge en la noche de lo establecido, como un idioma remoto que regresa para alcanzarnos una nueva manera de decir la vida: “Cume lahuen mangelan/ Quintuam mahuida meu/ Mellico lahuen” La machi cura el alma, por eso mismo, sana al cuerpo: “hoy te sacaré/ tu demonio, que te tiraron./ Vengo porque dije: Voy y al volver traigo su demonio,/ Que te tiraron/ y que te había dejado en ese estado” La machi lucha contra los espíritus maléficos, sana a través de la milenaria ceremonia llamada “Machitún” ,en la que entra en trance y diagnostica la causa del mal, y también indica su remedio correspondiente: “Te daré un buen remedio/ pues de otro modo no serìa buena machi; / buscaré en la montaña/ sólo lo hierba mellico” La música es fundamental para la tarea de la machi, ya que a través del kultrún y su retumbar cósmico ahuyenta el mal espíritu causante de la enfermedad. Se cree que la machi adquiere su don en el sueño, y si bien es sanadora, fundamentalmente es la consejera moral del pueblo: indica por dónde caminar la vida y por dónde descaminarla.
La curandera es heredera cultural de la machi, aunque su don no lo adquiere en el sueño, sino que abreva en la tradición, como cuando su abuela le enseñó ,de niña, a curar el empacho o mejor dicho, a tirar del cuerito. O cuando su madre le inculcó cómo quitar el mal de ojos, recitando la siguiente oración: “Con un ojo te han mirado /con dos ojos te han ojeado/ con tres ojos te han curado” y su tía, le explicó la manera de vencer la culebrilla. Y todas lo hicieron dejando bien en claro que el yuyo es la gran varita mágica.
La curandera es uno de los más importantes paisajes espirituales de la cultura popular, varios poetas se han encargado de pintarla en sus versos. El poeta uruguayo Fernán Silva Valdés escribió: “La curandera recita/ con los labios apretados, / un credo dicho al revés/ para que no lo oiga el diablo” El genial León Benarós hizo la biografía poética de Petronila Tejada, curandera de Azul: “Aunque no es ponderación/ ni alabarla me propongo,/ diz que curaba las fiebres;/ qué digo, hasta el chavalongo./ Y con especial virtud/ y del modo más sencillo,/ aliviaba los ardores/ que vienen del tabardillo...Con unto de tamarindo/ iba atajando ese mal,/ y bien que lo reducía,/si no era caso fatal...Una vez, me acuerdo, curó de un daño/a un paisano del Tuyú/ pasándole por la cara/ una pluma de ñandú...Así disponía, en el caso,/ la Petronila Tejada,/ curandera y comadrona,/ mujer experimentada” El autor de Adán Buenos Ayres, Leopoldo Marechal, escribió un epitafio poético para Restituta, la curandera: “Curandera por arte, vocación y malicia, la vieja Restituta/ duerme aquí (si es que duerme). /Carpía tierras en el camposanto/ y arrancaba cebollas/ de maligno semblante./ Con un sapo clavado en una higuera/ curó todos los males/ asombrosos del sur. /En su olla tiznada/ cocinó mil destinos: ataba y desataba los caballos del odio;/ sabía el arte oscuro de apagar y encender/ ese ardor forastero/ que decimos Amor” El poeta de la meseta patagónica, Elías Chucair, recupera en su obra, a doña Milagros, curandera patagónica: “Por su nombre y apellido/ seguro que ni se acuerdan.../ pero decir Doña Milagros ,/ es nombrar la curandera/ más mentada que existió/ por pagos de esta meseta...su fama fue más allá de nuestras propias fronteras” Y por supuesto, nuestro poema nacional, Martín Fierro, también la tiene presente: “Cuando el viejo cayó enfermo/ Viendo yo que se empeoraba/ Y que esperanza no daba/ De mejorarse siquiera,/Le traje una culandera/ A ver si lo mejoraba”
Algún día nombraremos patrimonio cultural a las manos de la curandera, algún día bautizaremos un viento como “plegaria de curandera”, algún día comprenderemos que mucho antes de que llegara Greenpeace para indicarnos cómo debemos cuidar el planeta, estaban las primeras ecologistas, las machis; algún día reconoceremos que la Pachamama tiene hijas dispersas por nuestros campos y comarcas, las llamamos gualicheras, remedieras, curanderas. Ellas nos recuerdan que donde acaba la ciencia, comienza la sabiduría de la naturaleza.

De Calesitas, Calesiteros y la vuelta a la inocencia

De Calesitas, Calesiteros y la vuelta a la inocencia
por Pedro Patzer*



 
¿Cuántas vueltas a la inocencia, cuántos kilómetros de cabalgar la niñez en un caballo de madera, cuántos aviones que sólo despegan en la fantasía de los pibes? ¿Cuántos autitos que recorren los caminos de la ilusión? ¿Cuántos barquitos surcando las tempestades de las tardes de ternura, cuántas luces en la kermés de la alegría? ¿Cuántas jirafas, patos y elefantes que sólo son acechados por los cazadores de nostalgias? ¿Cuántos mundos giran al compás de la calesita que va en sentido opuesto al reloj, como si fuera una metáfora de un tiempo distinto que se alcanza cada vez que se sube a su universo de colores y música? “Trajín, ciudad y tarde buenos aires./ Aire de plaza, ruido de tranvía./ (Galopando una música de tango/ gira el caballo de la calesita.)” (Juan Gelman)
Muchos calesiteros se ganaron la vida (y la eternidad, que no es otra cosa que mantener el asombro de un niño en el corazón adulto) con tan singular oficio, y se hicieron protagonistas de la infancia de tantos. Como don Luis de Villa Luro, que en el patio de su casa, en 1965 hubo de instalar una calesita que había heredado de su padre, calesita que primero era movida por un caballo que se entusiasmaba cada vez que escuchaba la tradicional música de organillo, y que luego fuera reemplazado por un motor a nafta: "Las calesitas continúan heroicas, alegrando a la muchachería de los barrios. Casi todas han cambiado; dejaron el caballo vendado, manejado a estacazos y colocaron un motorcito que pone trémulos a los monigotes del carrousel” (Bernardo González Arrili. Buenos Aires 1900) Hasta sus 93 años, cuando murió, don Luis custodió y promovió el idilio entre la niñez y la calesita. En su homenaje se conmemora, en la fecha de su nacimiento, el 4 de noviembre, el día nacional del calesitero. Del mismo modo calesiteros como Robertito de Lanús, que coloreara la infancia de tres generaciones; Carlitos, el calesitero de Carlos Casares que dejara su calesita como patrimonio espiritual del piberío del oeste; Tito, el calesitero de Devoto, que sostiene: “La sortija es la primera victoria del ser humano, después de nacer” y que Carlos Pometi, calesitero de Nueva Pompeya, completa la idea: “...los grandes deberíamos tener una sortija, una sortija que nos encienda la ilusión como a los niños”
Don Antonio, el calesitero de plaza Almagro que desde 1958 consagra su vida a la imaginería de este juego; Tatín, el calesitero de Parque Chacabuco, parte de un linaje de una familia de calesiteros; Tino, el calesitero de La Plata que inventara la vuelta solidaria, en su calesita viajan gratis los hijos de cartoneros y chicos que van a comedores comunitarios, Tino afirma: “Si tuviera que empezar de nuevo montaría una calesita en un trailer y me iría a recorrer el país para que no queden chicos sin disfrutar de este maravilloso juego”
Los calesiteros son como los lustrabotas que adornan las calles con sus cajones de pandora, o los que venden garrapiñadas y perfuman las esquinas, o los acomodadores de los viejos cines, que son ellos mismos, películas fantásticas; o el almacenero que resiste y sigue dando yapa, y el mozo de profesión que recuerda que consume cada cliente, porque los calesiteros son agentes de la parte más noble de la vida: "El abuelito Bochinche cuando era calesitero, paseaba en su calesita los niños del mundo entero..."
Las calesitas son escuelas de fantasía, nos invitan a dar, desde la plaza del barrio, vueltas por mil mundos; en ellas los aviones de guerra se transforman en aviones de paz, y los caballos salvajes se dejan domar por la inocencia del que busca la sortija de la vida. Hermandad y colores, en la calesita el mundo no tiene dueños, porque en la calesita el mundo es de todos. Será por eso que las calesitas nos esperan, con su alegría secreta, custodiando los tesoros que no se venden ni se compran, nos reservan un lugarcito puro, donde es posible viajar sin que nadie luche por llegar primero, porque sus pasajeros quieren regresar juntos al país de la inocencia.
Mientras los locales gringos de comida rápida y café lento, afloran, las calesitas siguen girando contra reloj, nos recuerdan que hay otro tiempo posible en nuestros corazones, nos recuerdan que hay un niño con ganas de jugar, dentro de nosotros.

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...