8/16/2013

Una plegaria desnuda

Una Plegaria desnuda
por Pedro Patzer*



 
A mi madre que una vez me dio la vida y que ahora me inauguró en su  eternidad
Que un anciano nos confiese que le ha llevado toda la vida aprender a nacer. Que el pájaro cante por primera y última vez su gran canto (para luego ser él el gran canto, que será alcanzado por el pájaro venidero) Que las nubes sigan cambiando de forma, aunque nadie las contemple (como si fueran juguetes del cielo, que los niños cósmicos han olvidado en sus habitaciones etéreas) que los ausentes enriquezcan nuestro silencio; que nuestros pasos sean los del horizonte ( y nosotros, un nuevo camino del porvenir) que nuestros espíritus y cuerpos imiten el idilio que mantienen, desde hace siglos, las banderas y los vientos; que por lo bello no se mate ni se muera (que por lo bello se viva y se lo nazca todo) que nadie sea huérfano de la aurora; que entre Dios y el desasosiego humano haya un “gracias”; que el dolor nos obsequie semillas de ángeles; que aceptemos nuestros modestos milagros; que plantemos árboles en las viejas trincheras del mundo; que alcancemos la cima del gran montaña con sólo cerrar los ojos (los hombres que llegan a la cima de la vida, casi nunca han escalado un montaña, aunque seguramente, lo han amado todo) que la humanidad aprenda algo de los ríos sin nombres y del cabalgar sin destino de los caballos salvajes; que los oprimidos desaten las revoluciones que han permanecido dormidas por miles de años en sus silencios; que el pianista interprete los ladridos nocturnos de las ciudades sin alba; que en las escuelas se nos hable de las flores que crecen entre los escombros; que el opulento sol de los funerales nos preste un poco más de su sabiduría; que el árbol nos ayude a atravesar de pie, el invierno humano; que entre el antiguo griego y el mendigo de hoy, el pan cante su definitiva victoria; que los puentes comiencen a explicar el secular secreto de las orillas; que en cada desnudez intuyamos la hermosura del desierto; que la luna sea un espejo de las dignas soledades de los libres; que la conciencia de ser mortales nos invite a amar como inmortales; que cada lluvia recordemos que es la primera lluvia de algunos y la última lluvia de otros. Que contemos eternidades cotidianas hasta despertar. Que de una vez por todas comprendamos, que sólo muere lo que es del mundo mas permanece vivo lo que es de la vida.

8/05/2013

Luis Domingo Berho, el poeta biógrafo de nuestras pequeñas grandes cosas


Luis Domingo Berho, el poeta biógrafo de nuestras pequeñas grandes cosas
por Pedro Patzer*
 
Luis Domingo Berho nació en Lobería, cuando el siglo XX tenía 25 años. Aunque Berho tuvo muchos nacimientos (y demasiadas muertes) en diversos lugares. Berho nació varias veces en los caminos, pues Luis Domingo se hizo linyera, o quizás, la vida y la Poesía le exigieron a Berho que asumiera tal condición, tal vez para aprender el otro color de la riqueza, para distinguir quién es el auténtico pobre y rico, del vivir. “Tanto andar por las orillas/ del camino carretero,/ sabía más que un ingeniero/ de puentes y alcantarillas./ Rejuntador de colillas,/ linye de pocas ganancias./ Hacía largas distancias/ por los llanos y los cerros,/ y peleando con los perros/ recorría chacras y estancias” De esta manera, Luis Domingo Berho nos enseña que pobre es el que no se hace dueño de la riqueza de su día: “Dueño de campos y arroyos,/ no lo paró el alambrao./ Sin rumbo pero rumbiao, / por esos caminos criollos./ En ser libres sin escollos/ con el viento competía./ Pudo arrullar su agonía/ alguna canora orquesta./ Y el eco de una protesta/ se perdió en la lejanía”
Berho nos da clases de riqueza, pobre, es el que no consigue alcanzar los tesoros simples de la arpillera: “Hoy te canto alpillera/ que serviste pa´todo uso. /¿Qué fue lo que no se puso / en una bolsa cualquiera?/ aunque viniste de ajuera/ para embolsar los cereales, tus servicios fueron tales/ que hoy decirte necesito/ que ocupás un lugarcito/ en las cosas nacionales” Luis DomingoBerho es el biógrafo de nuestras pequeñas grandes cosas (pequeñas grandes riquezas), así, con maestría, retrata, la cocina de chacra: “Cocina vieja cocina/ que jué de siete por cuatro./ lugar donde fuera el teatro/ de la reunión campesina...Aquí se afiló un cuchillo,/ por acá se pasó el amargo,/ aquí estaba el banco largo/ bien lavao con el cepillo...Aquí jué la choriciada/ y el baile con acordeón;/ aquí se colgó el jamón/ y la caña choricera,/ cerquita de la arpillera/ del cielo raso panzón...Aquí se sintió el olor/ que da la leña de vaca,/ o el del guiso que se saca/ con paciencia y con amor/ Aquí se sintió calor/ la noche más invernal”
Hay en la poesía caminante de Berho un tono elegíaco, es decir, un lamento por lo perdido. Quizás por el mundo perdido de las pequeñas cosas, así el poeta linyera nos revela el universo del viejo sulki: “Al mirarte sulki viejo/ tirao atrás de un galpón,/ cabrestiando al corazón/ con rumbo al pasao me alejo” Detengámonos en el último verso: “con rumbo al pasao me alejo” La genialidad de este verso consiste en que el sulki, que tanta huella ha desandado, y que ya inmóvil, asume el resignado camino, el de volver al pasado: “con rumbo al pasao me alejo” En el mismo tono nostálgico, Luis Domingo Berho nos retrata el molino roto: “Hace ya unos cuantos años/ que ni un chorro de agua saca,/ toda la torre se hamaca/ y chillan los travesaños./ Se le han oxidado los cañas/ y le falta la sopapa” pero son los versos siguientes donde expresa el dolor que siente el molino por dejar de haber sido: “Como nadie lo arregló,/ así jué quedando en ruina, /por eso cuando rechina/ suelta una queja estridente/ que va a clavarse doliente/ en el alma campesina” Abundan, en la obra del poeta linyera, las elegías a los objetos cercanos, por ejemplo, a la Guitarra perdida” “Con vos yo le canté a ella/ y a mi pasao errabundo/ porque vinimos al mundo/ los dos con la misma estrella;/ guitarra, en alguna huella/ despertarás de tu sueño/ y sonarás con empeño/ si te ves acompañando/ a un criollo que esté cantando/ las milongas de tu dueño” Una especie de despedida a la última gaviota del día: “Murió en la tranquera rota/ la víbora de la senda/ y volando a media rienda/ iba la última gaviota./ Salió una estrella grandota/ pa´las otras de siñuelo/ y en el campo azul del cielo/ ya iban siendo numerosas,/ las semillas luminosas/ que se habían sembrado al vuelo” Y así hallamos despedidas a los boliches de antes: “Vos fuiste un boliche de antes,/ y hoy en tus horas de calma,/ por ahí no pasa ni un alma,/ reseros y caminantes”Aunque de todas formas, la gran elegía de Luis Domingo Berho, el himno de las despedidas de su obra es “Estación de vía muerta”: “Estación vieja y deshecha/ que fuiste todo alegría,/ cuando era una romería/ el tiempo de la cosecha./ Hoy parece que te pecha/ el mancarrón del olvido./ Quien sabe pa´ande se ha ido/ bolseros y capataces;/ hombres fuertes y capaces/ que pa´siempre se han perdido
La Poesía de Berho tiene la virtud de enseñarnos la hermosa lejanía de lo cercano, los mundos posibles, latentes en lo cotidiano, en su obra, las cosas se parecen a la gente, las cosas forman parte del alma del paisanaje, es el caso del alambre: “el alambre es un invento /al que no se da importancia/ y al que le debe la estancia/ utilidades sin cuento. Fue el alambre el elemento/ para lotear la pastura,/ protegió la agricultura/ y al resguarda tanto monte, / modificó el horizonte/ de nuestra inmensa llanura” El talento del poeta nacido una vez en Lobería y muchas tantas otras en los caminos, es el de reconocer en los objetos que lo rodean, un mundo donde la ternura es posible, él nos enseña a comprender con la lucidez de lo sencillo, la utilidad del alambre: “Cuando al hombre de trabajo/ la ropa se le rompía,/ con alambre la cosía/ por grande que fuera el rajo...cuando una tormenta viene/ o si el tanque ya está lleno, /un alambre tira el freno/ y el molino se detiene...cuando la leña era escasa/ y había que juntar cardo,/ con un alambre de fardo/ se traía pa´la casa...a una guitarra viejona,/ con mucha milonga encima,/ de alambre le vi la prima/ pa´envidia de la bordona.”
Luis Domingo Berho, el poeta linyera, traza un auténtico mapa cultural del hombre de campo, no hay manuales, ni reseñas históricas que pinten tan fielmente al pueblero, por ejemplo, al alambrador: “Temprano en la vagoneta/ salió pa´alambrar el cuadro./ alzó tenazas, taladro,/ pala de punta y barreta...y antes de que el sol saliera/ ya pa´l potrero ha rumbiao,/ pa´tirar un alambrao/ derechito a la bandera” Este poeta errante, también retrata al esquilador, pero no como un personaje pintoresco, sino que plasma su drama: “Abrojo que pincha feo./ Agarrador que se afana./ Playero juntando lana,/ a quien llaman benteveo./ El balido, el forcejeo,/ Puño que al final se apura/ pelando la última pata./ Y cambia por unas latas/ el dolor de la cintura” Lo mismo hace con el sacador de papa, con sus versos, don Berho, nos permite recuperar este oficio: “Sacador del campamento/ que sobre el suelo tendés,/ y en la rodilla ponés/ el plato de tu sustento./ Rival del sol y del viento,/ que ante el surco no se arrolla.../ Pa´vos mi décima criolla.../ y esa papa que sacás,/ que no te falte jamás/ cuando hay que echarle a la olla
La Poesía de Luis Domingo Berho no sólo nos permite recuperar un antiguo paisaje espiritual del campo, y el retrato fiel de sus hombres, sino que la genialidad de su obra consiste en la mirada filosófica con que consigue pintar el mundo familiar. Donde decenas de gaucho sólo veían una mera tranquera, don Berho contemplaba la gran metáfora del transcurrir la vida: “Por vos los enamoraos/ con esperanza pasaron./ Por vos en el sulki entraron/ los novios recién casaos./ A mercachifles cargaos/ les diste entrada y salida/ y en la última partida/ con un perro de cortejo/ por vos salió el vasco viejo/ cuando se jué de la vida”

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...