1/31/2015

El país de Yupanqui



El país de Yupanqui
por Pedro Patzer



Yupanqui, el que hizo con silencios un nuevo alarido de raza: “Mi tierra está llenita de forasteros/ campesinos sin campo, indios sin cerro,/Qué tremendo silencio sobre nosotros / hagamos con silencios un nuevo grito”. Yupanqui el que trajo de los valles y las llanuras, de los salitrales y de los ríos escondidos, cantos de siglos, ceremonias rurales: “Antes que el tiempo me borre,/ Una cosa quiero hacer,/ Galopar por esas pampas/ Como buscando el ayer” Yupanqui el que supo dialogar con los cerros y con los vientos: “Corre sobre las llanuras, selvas y montañas, un infinito viento generoso. En una inmensa e invisible bolsa va recogiendo todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra nuestra. El grito, el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada o llorada por los hombres, los montes y los pájaros van a parar a la hechizada bolsa del Viento. Pero a veces la carga es colosal, y termina por romper los costados de la alforja infinita” Yupanqui el que se hizo preguntitas sobre Dios: “Un día yo pregunté:/¿Abuelo, dónde está Dios?/Mi abuelo se puso triste,/y nada me respondió./Mi abuelo murió en los campos,/sin rezo ni confesión./ Y lo enterraron los indios/ flauta de caña y tambor” Yupanqui el que hizo vidalas en los desiertos: “Conocí el desierto. Toqué algunas vidalas por los desiertos del mundo…y me estremecí ante tanto silencio, ese silencio total que nunca pude agregar a mi músicaYupanqui, el que rezara canciones, cual silencio de hachero antes de derribar el mundo, en un quebrachito blanco: “Nidos, no tuviste nunca/ Solo aquel que yo construí/ Para esconder una copla/ Como canto de crespín/ Adiós, quebrachito blanco/ Hoy te tienen que abatir/ Yo he de sentir los hachazos/ Matándome un poco a mí” Yupanqui, el que le pidiera al árbol que no lo dejara partir “No me dejes partir, viejo algarrobo, que ya no sé decir: ¡Hasta la vuelta...!/Hay un río profundo que me llama/ Desde el antiguo valle de la pena
Yupanqui, el que urdiera bagualas del gaucho pobre: “Pa' cantar baguala no cuenta la voz/ sólo se precisa poner en la copla todo /el corazón” Yupanqui el que alcanzara la baguala de la esperanza: “Siguiendo el rastro/ de una esperanza/ tal vez florezca/ mi soledad” Yupanqui el que nos despertara al Santiago profundo, cuando nos presentó a Cachilo dormido: “Está el Cachilo dormido/ con su ponchito de almohada, /quizá, buscando en el sueño /el alma de la vidala” y también nos despertara a la selva y a la misteriosa guarania con su canción del arpa dormida: “Hoy el arpa india/ se quedó dormida/ como una guarania/que no pudo ser”
Yupanqui, el que escribiera las memorias del camino: “Los caminos son caminos/ en la tierra y nada más./ Las leguas desaparecen,/ si el alma empieza a aletear” Yupanqui el que le cantara a sus arenitas: “Arenitas del camino/ Cualquier viento se las lleva/ Así son las esperanzas/ De los pobres de mi tierra” Yupanqui, el que lo confundiera con las bagualas: “Nunca se sabe dónde terminan los caminos y donde comienzan las bagualas” Yupanqui el que lo bifurcara con el cosmos y la raza: “Caminito del indio, que junta el valle con las estrellas” Yupanqui el que se reconociera como su domador: “Yo nunca fui como el valle./Eso lo saben los vientos./Mi vida es domar caminos;/El valle siempre está quieto
Yupanqui el que le arrebatara secretos a los cerros: “Hijo del cerro, nació en las piedras./ Sol y distancia, canto y rigor…/¿Gaucho baqueano que, a la montaña,/Todo secreto le arrebató!” Yupanqui el que averiguara el antiguo canto del corazón de un peón envejecido: “El día habrá de llegar/ Se me hace que anda llegando/ Que atravesau en mi mula/ Me lleven pal campo santo” Yupanqui el que interpretara todo lo que calla el zafrero, luego de su temporada en el ingenio: “Soy como el cañaveral,/ tierra que rinde el esfuerzo./Mis flores son de verano/pero adentro llevo inviernos” Yupanqui, un hombre con sino de vidala: “Como una errante vidala/ por este mundo, pasé./ Cuando me tape el silencio/ ya ni vidala seré” Yupanqui una vida con destino de canto: “Si tú eres el elegido, si has sentido el reclamo de la tierra: “Si comprendes su sombra, te espera/ Una tremenda responsabilidad./ Puede perseguirte la adversidad,/Aquejarte el mal físico,/ Empobrecerte el medio, desconocerte el mundo,/ Pueden burlarse y negarte los otros,/ Pero es inútil, nada apagará la lumbre de tu antorcha,/ Porque no es sólo tuya./ Es de la tierra, que te ha señalado.” Yupanqui el que bautizara la luna como “capataza”: “De pie en la noche, como un árbol solo,/ esperándote estoy, luna del cielo./ Porque quiero nombrarte capataza/ de todo lo que amo y lo que dejo” Yupanqui, el que le diera otros nombres a la guitarra: “guitarra, abuela cósmica,/ quién podría decirte una palabra nueva,/ para ser escuchada” Yupanqui el que comprendiera a la guitarra como forastera en este mundo: “Te veo como recién llegada de muy lejos./ De otras edades, de otro color del mundo” Yupanqui el que percibiera a la guitarra como una misteriosa religión: “La Guitarra es un misterio que sólo se devela cuando el hombre canta o reza junto a ella los salmos de la tierra y de la vida.” Yupanqui el que intuyera que la guitarra es hija del sonido de la verdad: “La guitarra no miente jamás. Si el hombre se acerca a ella confesándose, el instrumento registra la verdad del pensamiento, lo exacto de la intención, la dimensión cabal de un sentimiento” Yupanqui el que interpretara los otoños del monte: “Mayo destroza en el monte/ su tinajón de oro viejo./ Mientras cantas las acequias/ coplas de adiós y de tiempo” y los silencios del montaraz sin soledad: “¿Soledad? No la conozco/ siempre voy acompañado/ por las cosas que he vivido/ o que el viento me ha arrimado
Yupanqui el traductor de los cantos profundos de la noche del pueblo: “…adivinar un poema/ que nunca lo escribió nadie/ a la noche la hizo dios/ para que el hombre la gane” Yupanqui, dueño del día del continente, el conquistador de la auténtica riqueza de su pueblo: “No son héroes solamente los que ganan batallas, en los campos de batalla, son héroes los que ganan la batalla contra la ignorancia y contra la incultura,esos son verdaderos héroes, los que van triunfando, iluminando la senda de las generaciones que arriban a un país, de los arbolitos nuevos que crecen, son buenos vientos y buenos soles para que se desarrolle esa planta y produzca frutos nobles o de una noble sombra, alguna vez”

1/23/2015

Los ritmos folklóricos: hombre, tierra y dioses bárbaros



 
Los ritmos folklóricos: hombre, tierra y dioses bárbaros
Por Pedro Patzer

El que se asoma a la zamba, a la vidala, al yaraví, a la milonga o a cualquier ritmo folklórico, como la hace un arqueólogo ante una momia (algo muerto que ya no puede evolucionar), está haciendo lo mismo que aquel crítico que reflexiona sobre estos ritmos como turista, como si tan sólo fueran meras postales artísticas, como si los ritmos folklóricos fueran engendros de técnicas y teorías, como si no hubiese en ellos un más allá latente de nuestra tierra:
“- ¿Sabes qué está haciendo el Luis Viltre?
- está durmiendo junto al río
- No. Está aprendiendo música” (Atahualpa Yupanqui)
No tiene ningún sentido hacer turismo en los ecos de la Pachamama - porque eso son los ritmos folklóricos: ecos de la Pachamama - porque al fin y al cabo, los ritmos nativos acumulan balbuceos de cerros y selvas, denuncias de ríos indígenas, la marcha de los Kilmes y de los arrieros, pensamientos de los amautas, deshoras de pastores, ausencias del cantar de los mineros muertos y bullicios ancestrales de la celebración del arete: “Nosotros pedimos permiso al dueño de la naturaleza para que deje que los espíritus salgan a compartir con nosotros. Durante el pim pim hablamos nuestra lengua, quizás reímos, quizás lloramos en este momento” precisa Farías, la mburuvichá guazú Claudia Farías, vecina de Fraile Pintado en el noreste jujeño
Los ritmos folklóricos almacenan todo lo que por siglos prefirió callar el desierto, el físico y el humano, aunque también el desierto de dioses “bárbaros”. La conquista ha hecho de buena parte de este continente, un cementerio de dioses. Sin embargo, los espectros de esos dioses “bárbaros” persisten en los ritmos folklóricos, prosiguen en la resonancia de una raza, kollas que bajan del cielo de los antiguos, (“Nosotros, los kollas, somos como el cerro: por juera...color/ ¡y un mundo llenito de cantos y silencios en el corazón!”) mapuches que encuentran el sentido de la existencia en el retumbo del kultrún, el guaraní ejecutando el rezo danza llamado chamamé y sumergido en el pim pim (el guaraní que no tiene tierra anhela alcanzar la Tierra sin mal), las callecitas de la mítica Ciudad Esteco, las canoas de los huarpes, los seres mitológicos del campo, la sinfonía salvajes de la salamanca, las lecciones del misachico en la sequía y la cultura de la resistencia en la inundación, las vidalas que suben la cuesta a mula, las bagualas que bajan la montaña con las coplas descalzas, la lucha del alma de la tierra con la especulación de la mente venida de la mar.
En los ritmos folklóricos hay tres componentes fundamentales: el hombre, el paisaje y los dioses bárbaros, de esta reunión “humano - tierra - divinidad (pagana)”, nace el misterio de la copla y la música, por ejemplo, la milonga que su nombre proviene de “melus longa” (“melodía larga” en portugués), que es el resultado del hombre ante la abismal distancia del horizonte de llanura. ¿Cuántos dioses aborígenes gobiernan el misterio de esa distancia? Cada milonga tiene la edad de un desasosiego, el silencio masticado por años, los espectros de los malones, los gemidos de las cautivas, las inclementes preguntas del pampero, el cabalgar glorioso y clandestino de Vairoleto, el rasguido del payador perseguido, la sed del oeste pampeano ante la ausencia del río Salado, las charlas místicas de los fogones, los siglos de explotación del peonaje, las sutiles pero implacables denuncias del viejo molino. Por eso la milonga de conservatorio suena a fusil en museo de armas, porque la milonga es hija de la rebelión de la sal, hija de la luna que el último puestero - vanamente - intentara seducir; hija de todos los mundos que un hombre que no tiene más que su guitarra, sueña en un galpón: “La guitarra fue a los pobres/ y le hablaron tanto, tanto/ que llena de pena y susto/ vino a mis brazos llorando” (Atahualpa Yupanqui)
Rodolfo Kusch escribe: “Es que el pueblo no habla el mismo lenguaje que nosotros. Su abecedario no tiene letras, sino apenas formas, movimientos, gestos y no es que el pueblo sea analfabeto, sino que quiere decir cosas que nosotros ya no decimos”
En los ritmos folklóricos podemos hallar lo no dicho, o tal vez lo que ni siquiera podemos ponerle palabras. ¿Cómo decir el balbuceo de un dios salvaje, acaso la voz del adobe, acaso el retumbo de antigales, acaso el ritmo de los zafreros cortando la caña? ¿Cómo decir en palabras, lo que consigue expresar un legüero, los siglos de silencio que alcanza a traducir una quena, los senderos secretos que tienen destino de baguala? “Nunca se sabe dónde terminan los caminos y donde comienzan las bagualas” (Atahualpa Yupanqui)
Los tradicionalistas se apresuran a definir por ejemplo a la zamba, como una danza en la que el hombre persigue a la mujer tratándola de conquistar. En cambio, Kusch habla de Adán y Eva, de Viracocha desdoblado en hombre y mujer con el fin de ordenar el mundo, del ying y el yang de China. Es decir en la zamba hay un más allá, dos opuestos que se concilian, con cada zamba hay un movimiento cósmico, un choque de civilizaciones, una seducción con el misterio. Lo bárbaro y lo civilizado, el hedor y la pulcritud. Nuestros muertos y nuestras vidas.
Los ritmos folklóricos son nidos de sabiduría ancestral, la religiosidad de la coca y la apacheta persiste en los ritmos andinos, Túpac Amaru y Juana Azurduy están presentes, el conflicto interior de los oprimidos, la metáfora del cóndor andino y su pertenencia exclusiva al gran cielo Sudamericano. Y así el ritmo indaga al corazón “civilizado” pone en crisis lo establecido: “...en el altiplano volvemos a la pobreza, o mejor, perdemos la sensación de fácil riqueza que nos brinda la ciudad. Bibliotecas, inteligencia, espiritualidad, instituciones, créditos, de nada valen. Ahí volvemos a cero, y dentro de él asoma nuestra vida” insiste Rodolfo Kusch
El alma del ritmo folklórico nos ofrece intemperie, nos quita el ropaje del mundo, recupera la antigua desnudez, ya los mapas se vuelven árboles sagrados, pies desnudos, murmullo de socavones, ya los ríos pierden su nombre colonial, vuelven a ser bullicios de dioses, las piedras monumentos de los idiomas desaparecidos, porque los ritmos folklóricos son faros de razas, puertos hacia el alarido inicial de la emancipación continental: “...los caminos y las bagualas. Unidos, consustanciados, dentro de ese tambor extraño y tenaz que es el corazón del indio. Por eso, nunca se sabe dónde terminan los caminos y dónde comienzan las bagualas.” (Atahualpa Yupanqui)
Y más allá de que los tradicionalistas hacen de los ritmos folklóricos estampas escolares, ritmos inmodificables, y de que los críticos (aduaneros culturales) hacen turismo con ellos, los ritmos folklóricos están ahí para recordarnos la rebelión y las leyendas, el misterio ancestral de la tierra, el secreto del cardón y del caldén, lo forastero de  un corazón “bárbaro” en un mundo colonizado, el acecho musical de las ceremonias rurales, porque estos ritmos no son mercancías, ni objetos de culto, los ritmos folklóricos son espejos de pueblo, manifiestos de comarcas: ¿En qué otro lugar hallaremos el obraje, la cotidianidad con el chagas, el acecho del alma mula, el azote del zonda y sus locuras, los milagros de los santos  paganos, el balbuceo del otro paisaje?  “Por dentro, la Pampa seguía domando al hombre. La tierra imprimía su ritmo, filtraba sus rumores, cavaba su pozo de angustia en el corazón del hombre” (Atahualpa Yupanqui)
Los ritmos folklóricos son para todos. Libros sonoros, memoria plural que se danza, patrias insurgentes, brújulas que nos guían hacia la segunda independencia: la emancipación cultural.












1/01/2015

VOLVER AL POEMA. de pedro patzer

Volver al poema, a ese silencio que es una pregunta del espíritu.
Desandar los viejos caminos del mundo y estrenar un nuevo corazón,
comprender que el prójimo puede enseñarnos a escalar la montaña
aunque él jamás lo haya intentado, aunque él desconozca la montaña
Los sabios nos revelan cuáles son los espejos del corazón
sin siquiera mencionar al corazón,
apenas nos señalan  lo amarillo en un libro,
el otoño en la calesita, el pájaro que canta en la casa abandonada,
el molino que no olvida el exilio del viento,
la aurora que nace en el desierto.
¿en qué momento la voz del filósofo
cubrió el rumor del río?
¿en qué momento el rugir del mundo

nos alejó del canto de la vida?


pedro patzer

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...