por Pedro Patzer (texto de su libro "Aguafuertes Provincianas" , Ediciones Corregidor 2013)
Hubo un tiempo en que la política desterró de su
discurso a la palabra pueblo y en que la poesía exilió de su arte al
término corazón: ¿Se puede hacer política sin el pueblo? ¿Se puede hacer
poesía sin el corazón? La poesía es el corazón del pueblo, el pueblo es
el corazón de la política.
Ningún diccionario indica que la palabra
pueblo es sinónimo del vocablo corazón, como ninguna escuela jamás
enseña a atravesar con dignidad la tristeza del anochecer de domingo, o
devela el nombre exacto del hombre barbudo que siempre aparece retratado
en alguna nube.
Que la poesía haya dejado a un lado al
corazón, es tan insólito como si el sistema solar negara el protagonismo
natural del sol. También es cierto, que muchos fariseos de las letras
quisieron hacer de la poesía un objeto exclusivo, sólo para entendidos, y
la traficaron en el mercado negro de las palabras. La poesía como
objeto de lujo no necesita corazón; la poesía como arma de los
desesperados, requiere fundamentalmente del corazón. El corazón es el
pan del poema de los afiebrados, el corazón es el agua de las palabras
de los sedientos, y el poeta es el biógrafo del corazón humano.
Lo mismo con el término pueblo. Hay
políticos (o facinerosos que se hacen llamar políticos) que jamás
conseguirán alcanzar la palabra pueblo. Ellos lo saben, por eso la
reemplazan por los términos: gente, ciudadanos o vecinos. ¿Se imaginan a
un líder revolucionario arengando a los “vecinos”? El vocablo pueblo
huele a las ollas herrumbrosas, a hachas desdentadas, a mesas desnudas, a
guitarras impacientes y cajas desesperadas.
Las palabras pueblo y corazón han caminado juntas desde que el espíritu humano alcanzara el lenguaje:
El vocablo "corazón" aparece 873 veces en la Biblia, muchas de ellas aliada al término pueblo:
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8)
Homero describe en La Iliada: “Aquiles convocó al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón”
Shakespeare en Julio César, le hace decir a
Bruto: “¿Sabéis hasta qué punto puede conmoverse el pueblo con sus
palabras? ¡Mí corazón está ahí, en ese féretro, con César...”
La cultura popular se ha encargado de
difundir esta alianza entre las palabras pueblo y corazón: “Oigo las
voces del pueblo que cantó mejor que yo” escribió Yupanqui, el mismo que
urdiera: “Lo que dentra a la cabeza/ de la cabeza se va .Lo que dentra
al corazón se queda y no se va mas...”
Rafael Amor, le habla al pueblo cuando
afirma: “Te han sitiado corazón y esperan tu renuncia/ los únicos
vencidos corazón, son los que no luchan”
Juan Gelman, en su célebre libro Gotán,
advierte : “abrió el pecho y sacándose/ los alrededores de su corazón,/
agitaba violentamente a una mujer,/ volaba locamente por el techo del
mundo/ y los pueblos ardían, las banderas”
El imprescindible Neruda, en su Canto General, sentencia: “Está mi corazón en esta lucha. Mi pueblo vencerá”
Cuando una sociedad le teme a las palabras
pueblo y corazón se vuelve parecida a sus miedos: comienza a justificar
la muerte de su ángel; contribuye, con un párrafo más, a la carta
suicida del mundo; coloca las fajas de clausuras del horizonte;
multiplica a los predicadores de la vida chiquita, suma otro alarido al
oscuro rugido de la Historia.