2/24/2015

A la deriva

A la deriva
por Pedro Patzer

El Caleuche es una leyenda aborigen (mitología Chiloé) que manifiesta que existe un barco fantasma que recoge a los muertos, y que los condena a permanecer a la deriva por los mares de la eternidad . Tal vez esta leyenda sea una metáfora que indica que aquel que renuncia a la sabiduría ancestral está condenado a estar a la deriva por los mares de la ignorancia foránea (aquella que vino en barco)

2/19/2015

Aprendizajes

un sabio pintor (Picasso) nos enseñó que le había llevado toda su vida aprender a pintar como un niño, y un sabio poeta nos demostró que le había llevado toda una vida consagrada a la palabra, aprender a callar.
Tal vez necesitamos unos cuantos años para aprender a nacer.

Pedro Patzer

2/18/2015

TILUK



 

Ha muerto Tiluk, lo llamaban el cacique de Santa Victoria. Había construido la casa taller cultural Tewók Río o Río Pilcomayo.
Murió Tiluk, era un habitante del Monte, un Jayawú, un hombre sabio, un cantor, un testimonio puro de la cultura wichi.
¿Cuándo será el día en que los porteños marchen por hombres como Tiluk? Hermanos que la televisión y los diarios ignoran. 
Hasta siempre Tiluk! Hasta siempre prócer cultural de la Argentina profunda

Pedro Patzer

2/15/2015

LOS MISMOS DE SIEMPRE

Los mismos de siempre
por Pedro Patzer

Los mismos que envenenaron a Mariano Moreno, que fusilaron a Dorrego, los mismos que dejaron morir en la pobreza a Belgrano y empujaron a San Martín a morir en tierras lejanas, los mismos que derrocaron a Yrigoyen y bombardearon la plaza, los mismos que propiciaron la dictadura, que le hicieron un golpe de mercado a Alfonsin, los mismos que ahora quieren dar un golpe blando. Yo no voy a la marcha del 18 F.
Los mismos que se creen europeos viviendo su fatídico exilio en el tercer mundo, los mismos que anhelan ser Suiza, olvidando que el país de los quesos y los relojes, hizo negocios con los nazis. La banca suiza convertía en divisas internacionales el oro que Hitler robaba a los países ocupados y a los judíos atrapados. Yo no voy a la marcha del 18 F.
Los mismos que se pasaron la vida creyendo que para ser civilizados había que pensar en inglés y que por supuesto nunca se ocuparon de averiguar cuántas lenguas se hablan en nuestro país (en los países que conforman nuestra Argentina). Los mismos que ahora son los custodios de la república, pero que no marcharon cuando el país se quedó sin trenes y sin YPF, cuándo el interior del interior se convirtió en un desierto, en ciudades, pueblos y parajes fantasmas. Yo no voy a la marcha del 18 F.
Los mismos que nos seleccionan a qué personaje llorar, son los que no nos permitieron el llanto por héroes que ellos se ocuparon de borrar de la historia oficial: así no lloramos las nueve muertes de Santos Guayama, ni las de tantos próceres populares y anónimos que nunca aparecieron en los manuales, muchos de ellos ni siquiera tuvieron una cruz de algarrobo en los remotos caminos de la historia, un espacio donde ir a dejarles un ramo de flores (esas flores de la primavera de la resistencia, esas flores que no se marchitan ante el invierno artificial) Yo no voy a la marcha del 18 F.
Porque todos los muertos me duelen: los que murieron en la zafra, en la mina, en las fábricas, en las escuelas, en las villas, en el conurbano,  en la Argentina profunda donde el dolor no se televisa, ni hace sufrir a los republicanos. Por eso no voy a la marcha del 18 F.

2/06/2015

El país de los ypefianos







El país de los ypefianos
Por Pedro Patzer

Entre diversos hechos acaecidos en la democracia, hubo dos sucesos que fueron tragedias económicas y culturales en nuestro país. Uno fue el desguace del ferrocarril, otro, la entrega de YPF.
Cuando se decidió devastar el sistema ferroviario argentino, miles de familias se quedaron sin trabajo, y centenares de pueblos desaparecieron, con ellos una cultura, una jerga, una manera de humanizar los mapas y de entender la espera, los adioses y las bienvenidas, la distancia de un abrazo, una forma de tomar mate, de celebrar diversos oficios: vendedores ambulantes, changarines, guardas; ceremonias en los andenes de domingo, jefes de estación (que tenían como hogar la estación) empanadas, vino y carnavales de vagones, santos de durmientes, patrias de trocha y terraplén. Del mismo modo, cuando se entregó YPF a la angurria neoliberal, no sólo destrozaron la empresa nacional más importante, sino que también destruyeron una cultura: la cultura ypefiana, la identidad del trabajador de Ypf.
Ypf, al igual que el ferrocarril, fue madre de pueblos, ciudades, parajes, escuelas, clubes, pero sobre todas las cosas YPF fue formadora de almas, creadora de identidades. El ypefiano era un obrero de los vientos (no de los vientos de los meteorólogos, sino de los vientos de pueblo) sus medallas eran las manchas de petróleo en el overol, su oficina los páramos, su gran compañera, la distancia. Subido a los cielos provincianos, en las alturas de la Argentina profunda, el ypefiano demostró su amor por la tierra, hundido en los pozos del país elevó su corazón latinoamericano, consolidando su identidad: era del país de Ypf, ese país que  le permitía el pan de la infancia y del porvenir, el hospital, la obra social y la integración de las regiones a través de la cultura del trabajo. Era del país de Ypf, ese que trasladó al catamarqueño con su vidala a Santa Cruz, o el que llevó al fueguino a Salta (donde fue acechado por el Coquena)  o al chaqueño a Chubut (donde cambió los secretos del Bermejo por el balbuceo infinito del Atlántico) ese mismo país de Ypf que le brindó escuela a sus hijos, y esa ropa que compraba con descuento en la proveeduría de Ypf.
El ypefiano no era un número de legajo, era Cacho, el santiagueño, o Juan, el mendocino, o Carlos el salteño;  el ypefiano pertenecía a esa empresa donde los compañeros de trabajo eran un mismo cuerpo: hombros, brazos, piernas, manos, cabezas, corazones, aunque también eran un alma, un alma subida a los hierros del país, a los autos que había que hacer magia para hacerlos funcionar, pero que siempre llegaban a donde debían llegar, porque el ypefiano se sentía tan de esta tierra como el petróleo que sacaba. ¡Qué iban a entender los técnicos economistas! ¡Qué iban a saber los señoritos educados en Chicago del Coquena, del Bermejo, de la proveeduría de Ypf, de la escuela! Ellos que fueron instruidos en la idea de que lo civilizado es lo extranjero, cómo iban a comprender lo que era Ypf para Mosconi y Tartagal, ellos que obtuvieron sus doctorados en Chicago, qué iban a saber de Ciudad Esteco, de los que significa una ciudad espectral, de lo que es el acecho de un pueblo fantasma. Mientras ellos hablaban de números, los ypefianos confundían su silencio con la tierra, mientras los pulcros economistas daban sendos argumentos a favor de la privatización de YPF, los ypefianos consagraban sus cuerpos y almas a salvar ese hogar, esa cultura, ese modo de ser, ese símbolo llamado YPF. Por eso vale destacar las dignas puebladas y las luchas de los ypefianos.
Sabemos lo que consiguió la privatización: desierto, desierto y desierto. Más de 50.000 ypefianos despedidos. Sin embargo, ellos fueron ypefianos hasta sus últimos días. Muchos no aguantaron y se suicidaron, otros, con la voz envejecida, pero con el espíritu joven de lucha, siguen recordando esa batalla cultural perdida. Las voces de estos viejos ypefianos son otros de los himnos de nuestra patria, himnos que no se escuchan en los patios de las escuelas, ni en las fechas patrias, aunque estos himnos son ecos en el alma de muchos pueblos, parajes y ciudades donde Ypf será siempre la patria que está por regresar. Tal vez la patria que ya está regresando.

2/04/2015

Aguafuertes Provincianas de Pedro Patzer



Aguafuertes Provincianas (ediciones Corregidor) de Pedro Patzer , es una especie de mapa poético de la Argentina profunda, donde podrá hallar el sabor del vino de los mineros y del pan de agua de los pescadoresdel Paraná, la nostalgia del viejo ferroviario comarcano y el pacto secreto del mendigo
con el perro callejero. El número de naves que se han hundido en la pintura de Quinquela Martin y la edad que la Pachamama tiene en la chicha. Las manos del zafrero y los pies de los peregrinos devotos de los santos paganos del país. El solitario y épico andar del arroyo Maldonado y el cancionero que nuestro pueblo le ha levantado a sus ríos; el eco con el que convive el cerrero y el silencio profundo de los pobladores de la llanura y su horizonte desnudo. Las inscripciones en los camiones y las coplas anónimas de las bagualeras norteñas, los curiosos nombres de algunos pueblos y el habla popular de los argentinos. Los patios y los limoneros. El pan y la madera. La tierra y el carnaval, el río robado y el cancionero de la sed. Las casas perdidas y la luna de cabotaje, tojorí  y guiso, salamancas y ermitas, la palabra de Manuel J. Castilla y el lunfardo de Dios.

En este libro de Pedro Patzer el lector es invitado a transitar por los caminos de la América descalza y las canciones desesperadas de los hijos de Martín Fierro, y todo lo que acontece en el alma de los hombres que viven entre lugares que, paradójicamente, se llaman   La Matanza  o Santos Lugares. En  Aguafuertes Provincianas convive el brusco don del espíritu de Borges y los alaridos urgentes de Horacio Guarany,  Whitman y Yupanqui se unen el destino del canto humano,  reseñas  poéticas como “Facundo, el libro que Sarmiento escribió con amor a sus odios” y el canto de los vencidos de José Larralde,  el misterio de la vidala, la soledad de las biblias de los hoteles de provincia y la poesía de poetas populares que antes de ser hombres de letras prefirieron hacer “letras para los hombres”

Manifiestos de la cultura popular y gritos sagrados, mariscadores, hacheros, zafreros, cartoneros, tejedoras, rezadoras, vidaleras, payadores, y muchos argentinos que hacen cultura con su propia vida, son los protagonistas de esta obra.

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...