¿Cuántas vueltas a la inocencia, cuántos kilómetros de cabalgar la niñez en un caballo de madera, cuántos aviones que sólo despegan en la fantasía de los pibes? ¿Cuántos autitos que recorren los caminos de la ilusión? ¿Cuántos barquitos surcando las tempestades de las tardes de ternura, cuántas luces en la kermés de la alegría? ¿Cuántas jirafas, patos y elefantes que sólo son acechados por los cazadores de nostalgias? ¿Cuántos mundos giran al compás de la calesita que va en sentido opuesto al reloj, como si fuera una metáfora de un tiempo distinto que se alcanza cada vez que se sube a su universo de colores y música? “Trajín, ciudad y tarde buenos aires./ Aire de plaza, ruido de tranvía./ (Galopando una música de tango/ gira el caballo de la calesita.)” (Juan Gelman)
Muchos calesiteros se ganaron la vida (y la eternidad, que no es otra cosa que mantener el asombro de un niño en el corazón adulto) con tan singular oficio, y se hicieron protagonistas de la infancia de tantos. Como don Luis de Villa Luro, que en el patio de su casa, en 1965 hubo de instalar una calesita que había heredado de su padre, calesita que primero era movida por un caballo que se entusiasmaba cada vez que escuchaba la tradicional música de organillo, y que luego fuera reemplazado por un motor a nafta: "Las calesitas continúan heroicas, alegrando a la muchachería de los barrios. Casi todas han cambiado; dejaron el caballo vendado, manejado a estacazos y colocaron un motorcito que pone trémulos a los monigotes del carrousel” (Bernardo González Arrili. Buenos Aires 1900) Hasta sus 93 años, cuando murió, don Luis custodió y promovió el idilio entre la niñez y la calesita. En su homenaje se conmemora, en la fecha de su nacimiento, el 4 de noviembre, el día nacional del calesitero. Del mismo modo calesiteros como Robertito de Lanús, que coloreara la infancia de tres generaciones; Carlitos, el calesitero de Carlos Casares que dejara su calesita como patrimonio espiritual del piberío del oeste; Tito, el calesitero de Devoto, que sostiene: “La sortija es la primera victoria del ser humano, después de nacer” y que Carlos Pometi, calesitero de Nueva Pompeya, completa la idea: “...los grandes deberíamos tener una sortija, una sortija que nos encienda la ilusión como a los niños”
Don Antonio, el calesitero de plaza Almagro que desde 1958 consagra su vida a la imaginería de este juego; Tatín, el calesitero de Parque Chacabuco, parte de un linaje de una familia de calesiteros; Tino, el calesitero de La Plata que inventara la vuelta solidaria, en su calesita viajan gratis los hijos de cartoneros y chicos que van a comedores comunitarios, Tino afirma: “Si tuviera que empezar de nuevo montaría una calesita en un trailer y me iría a recorrer el país para que no queden chicos sin disfrutar de este maravilloso juego”
Los calesiteros son como los lustrabotas que adornan las calles con sus cajones de pandora, o los que venden garrapiñadas y perfuman las esquinas, o los acomodadores de los viejos cines, que son ellos mismos, películas fantásticas; o el almacenero que resiste y sigue dando yapa, y el mozo de profesión que recuerda que consume cada cliente, porque los calesiteros son agentes de la parte más noble de la vida: "El abuelito Bochinche cuando era calesitero, paseaba en su calesita los niños del mundo entero..."
Las calesitas son escuelas de fantasía, nos invitan a dar, desde la plaza del barrio, vueltas por mil mundos; en ellas los aviones de guerra se transforman en aviones de paz, y los caballos salvajes se dejan domar por la inocencia del que busca la sortija de la vida. Hermandad y colores, en la calesita el mundo no tiene dueños, porque en la calesita el mundo es de todos. Será por eso que las calesitas nos esperan, con su alegría secreta, custodiando los tesoros que no se venden ni se compran, nos reservan un lugarcito puro, donde es posible viajar sin que nadie luche por llegar primero, porque sus pasajeros quieren regresar juntos al país de la inocencia.
Mientras los locales gringos de comida rápida y café lento, afloran, las calesitas siguen girando contra reloj, nos recuerdan que hay otro tiempo posible en nuestros corazones, nos recuerdan que hay un niño con ganas de jugar, dentro de nosotros.
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario