3/30/2020

El Padre Ignacio, el milagro de la esperanza entre los desesperados


Por Pedro Patzer

El obispo que tomaba té, junto a laicos que le negaban al padre Ignacio los fondos que él mismo había recolectado para su parroquia, lo empujó a pensar en su padre que trabajaba todo el día en la plantación de té, en Sri Lanka, por un salario tan bajo que no llegaba a cubrir las necesidades básicas de una familia con cinco hijos. "El camino del té, se parece al de la vida", reflexionó el padre Ignacio Peries Kurukulasuriya, que desde el primer momento en que lo vio, supo que el obispo bebedor de té carecía de la auténtica sed. Aquel encuentro del prelado con el sacerdote de Sri Lanka, sirvió para que el funcionario eclesiástico le dejara en claro que no le gustaban los hombres de barba. Ignacio comprendió que ese Obispo, queriendo denigrar a los militantes políticos, terminaba por despreciar a Jesucristo, el barbado más importante de la historia. Y que los burócratas de fe siempre se sienten incómodos ante los Cristos.
Argentina estaba en el final de la dictadura genocida y a poco del comienzo de la guerra de Malvinas, Ignacio apenas farfullaba español. En su país natal, ex Ceilán, una isla de Asia tan cercana a la India que la llaman "lágrima de la India", se hablan dos idiomas, más el inglés que el conquistador dejó junto al té (y la explotación de los que lo cultivan). De modo que aprender el idioma de los argentinos, en medio del campo de batalla, no fue sencillo. Aunque algo parecido le sucedió con el catolicismo. Su país es multirreligioso: conviven el budismo, el hinduismo, el islam y minoritariamente el cristianismo. Es decir, el Padre Ignacio siempre supo esto de ser minoría, eso de “hablar en otro idioma”. Ignacio fue ordenado sacerdote el 29 de julio de 1979 en el Reino Unido, en la orden "Cruzada del Espíritu Santo". Ese mismo año fue trasladado a la Argentina. Llegó a Rosario, luego de hacer una breve morada en Tancacha, un pequeño pueblo de Córdoba. El Obispo lo aceptó en la ciudad santafesina, ya que al ser extranjero se evitaba la presencia de un cura tercermundista. Sin embargo, este misionero de ojos tan negros como el café tenía la misma vocación: el socorro de los pobres, la justicia social. Los laicos de familias acomodadas no vieron con buenos ojos la llegada del cura moreno y barbado, sin embargo su tarea en los barrios más humildes y su vocación por unir comenzó a dar frutos entre la juventud rosarina que, sin distinción de clases (tanto los del Parque Field, zona residencial, como los del Barrio Rucci, zona más humilde) se unió a su obra y fue pilar en la construcción del centro de salud, escuela y parroquias que a fuerza de "polladas", asado de pollo para miles, les permitía reunir fondos. 
Cuando la hiperinflación de 1989 empujó a Rosario al estallido social con muertos, heridos y detenidos, el Padre Ignacio socorrió a los hambrientos, les dio albergue a los que habían quedado en la calle, su voz comenzó a pronunciar todos los alaridos de los postergados. A partir de ese momento el Padre Ignacio se volvió una persona fundamental en Rosario. Su tarea social lo hermanó con el pueblo, asistió a cientos de familias empobrecidas, organizó la creación de huertas comunitarias y se puso al hombro la tarea de reubicar a miles de hombres y mujeres que se habían quedado sin trabajo. Pero además de este papel social que Ignacio adoptó, comenzó a suceder algo que jamás había ocurrido: se comenzó a correr la voz de que el cura Ignacio podía sanar a los enfermos. 
"Hay cosas que puedo percibir... puedo darme cuenta si se trata de un dolor físico, psíquico o espiritual. Mi vocación es despertar la fe para que a través de ella la persona encuentre la solución que necesita. La sanación depende mucho de la fe, pero cuando quien llega a mi viene con humildad y me dice «Padre, soy ateo, no creo, no pertenezco a la Iglesia», yo sé que él también puede sanar, porque de alguna forma pide o cree que existe algo más allá de lo humano". (Entrevista Diario La Capital)
Una leyenda indica que en Sri Lanka persiste un diente de Buda, de hecho construyeron un templo donde lo exhiben; también se dice que en la tierra del padre Ignacio está el tallo del Árbol de Bodhi, bajo el cual Buda alcanzó la iluminación. 
Otra leyenda sostiene que Adán y Eva vivieron en esa isla, en los años de su exilio, tras la expulsión del Paraíso. Tan es así que se asegura que allí, en lo alto de un monte, fueron enterrados juntos. El Padre Ignacio es hijo de una isla (con todo lo que ello significa), más pequeña que la provincia de Formosa, en la que conviven la leyenda con la religión, donde las enseñanzas de Buda, el Corán y La Biblia son protagonistas. Una tierra donde lo sagrado y lo real se mezclan sin solución de continuidad, donde la pelea por sobrevivir en un mundo desigual apela a lo divino y a la historia de la supervivencia humana. Recordemos que la ex Ceilán consiguió su independencia del Imperio Británico recién en 1948, después de padecer la conquista por parte de Portugal y los Países Bajos en el siglo XVI, antes de que el control de todo el país fuera cedido a los británicos en 1815. Es decir: Ignacio nació en una tierra donde la cultura espiritual está a flor de piel, pero también la explotación y el sufrimiento del pueblo que padeció, por siglos, regímenes coloniales.
"Me pasaron varias cosas con los enfermos de mi pueblo. Cuando tenía doce años, el párroco me invitó a visitar a los enfermos y cuando yo los tocaba me decían "padre, padre". La primera vez fue con una viejita ciega que nos conocía de toda la vida, pero cuando yo la toqué me dijo "padre". Le respondí: "No, no soy el padre", pero ella me contestó: "Tu mano tiene calor sacerdotal". Yo me asusté y no quise volver. Pero un año más tarde me pasó lo mismo con otro señor que estaba medio ciego. Otra vez, lo toqué y dijo "padre". Esta vez el párroco estaba conmigo y le dije que el padre estaba allí, que yo sólo era un amigo. El viejito me dijo: "Tu mano tienen calor sacerdotal". Entonces el cura fue muy bueno y me explicó que tal vez Dios tenía una vocación para mí y que podría ser el sacerdocio." (Entrevista Diario La Capital)
Esta unión entre lo divino y la lucha humana es un fiel retrato de Ignacio, que ha trabajado años en los barrios más humildes de Rosario, conteniendo la pobreza y la indigencia, transformándose así en un puente entre la lucha por el pan y la conquista del cielo. Hombres y mujeres de todas las edades, de diversas regiones del país, y hasta extranjeros, se acercan a la parroquia Natividad del Señor para que el Padre Ignacio los sane. Hay sendos testimonios de pacientes de cáncer y de otras enfermedades que sanaron con la intervención del Padre Ignacio. Como también de mujeres que no podían tener hijos, y que luego de tener el encuentro con el Padre fueron madres. 
"Yo nunca curé a nadie, quien sana es Dios y la fuerza de la fe del enfermo. El que cura es Dios. Yo invoco la gracia y luego la fe de la persona interviene. Es como dijo Jesús: "Tu fe te salva". Yo nunca dije que soy sanador, nunca".
Pero el padre Ignacio Peries Kurukulasuriya jamás ha puesto en alquiler su don, su entrega es total y desinteresada, y hasta muchas veces ha tenido que echar a algún fariseo del templo: “¡Hay una persona que no sé por qué está aquí, que no cree en esto! ¡Quiero que se retire, por favor, si no quiere que la vaya a buscar y la saque!”. 
Casi trescientas mil personas asisten a su misa en Pascua. Su figura se ha vuelto la más importante de Rosario, sin embargo el cura de Sri Lanka sigue en su parroquia del barrio Rucci dándole todos los días esperanzas a los desesperados, convidando paz a corazones que han sido educados para la guerra del mundo.
"Yo soy uno más, como los demás. Cada uno tiene sus dones y a mí Dios me eligió para esto, no fui yo quien lo decidió. Estoy agradecido pero también sé que tengo una gran responsabilidad y me preocupa la expectativa que tiene la gente. Siempre aprendí a caminar en la tierra, no a volar en el cielo. Hay que tener en claro que no soy un ángel, ni un dios, ni un extraterrestre: soy un ser humano más"


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