Muchos se preguntan si habrán sido ciertas las anécdotas que contaba Facundo Cabral: sus vivencias con la Madre Teresa, sus conversaciones con el pensador indio Krishnamurti y sus paseos musicales con Arthur Rubinstein; las treinta y siete mujeres que recibiera como regalo de un jeke árabe, al cumplir treinta y siete años; sus conciertos en el peor mercado de Alejandría y sus caminatas por Manhattan; sus conversaciones con Bradbury acerca de Borges y las frases griegas, que según Facundo , decía su madre. A quién le importa si fueron mentiras, ya que si lo fueron, fueron mentiras que mejoraron la verdad: en una realidad tan empobrecida, las anécdotas de Facundo Cabral, enriquecieron la vida. Porque de eso se trata este juego, de gente que pese a codearse con mercaderes de la hora y turistas de la vida, con bufones sin reyes y atletas del desasosiego, se anima a mejorar la verdad, incluso a veces con una mentira. Facundo Carbal, el atorrante y el profeta, el místico y el trotamundo, el trovador que se pareció a lo que cantó: “Una señora me dijo en un pueblecito en México: yo vengo siempre a escucharlo, pero no entiendo casi nada. Pero vengo, porque de vez en cuando me gusta ver a un hombre libre y feliz” Facundo Cabral nació una vez en Tandil, pero miles de veces en muchos lugares del mundo: Nació a orillas del Mar Muerto, nació en las estepas rusas, nació en un templo de Katmandú y en un teatro de Lisboa, nació en la pobreza de Calcuta y en la riqueza de un mendigo guatemalteco convidando su pan duro; nació en las piramides Mayas y en el monasterio de la Rábida, nació en la tristeza de un orfanato y en la belleza de una venezolana, nació en una conversación con Yupanqui y en el silencio de un monje trapense, porque Facundo era un artista entre fronteras, un hombre entre lo religioso y lo pagano, entre la militancia y el pacifismo, entre el peregrinaje y el mundo inmovil, entre el misterio del universo y la melancolía del café del barrio, entre el mundano y el asceta, entre la canción y el silencio, entre Dios y el arrabal, entre retratar la realidad y habitar el sueño “Yo soñaba que cruzaba el Sahara, soñaba que iba a conversar con Atahualpa , que para mí era el Buda del folklore. Si sos fiel al sueño, te convertís en el sueño, eso se consigue en el peregrinaje, no te das cuenta y un día sos lo que soñaste; porque en el sueño, Dios te deja ver algo, de lo mucho que tiene pensado para vos, y la felicidad es un deber, porque si no sos feliz estás amargando, por lo menos, a todo el barrio” Las canciones de Facundo Cabral son plegarias cantadas, misas con estribillos, credos paganos de los caminos que condensan el misterio del eco del templo y el paisaje y el color de los ríos del mundo y el de las biblias de Hotel “La canción tiene que decir eso que dice, ahí está su Belleza, es una piba de barrio la canción, no hace falta que habite ningún palacio, ni que la vista algún modisto, es como una flor silvestre la canción” Vagabundo y señor, nómade de la canción universal y habitante del sentir de la pequeña querencia, Facundo Cabral no cantaba para vivir, vivía para cantar la vida: “Es dificil y raro decirlo, pero este es el final, pero yo soy lo que se va de este mundo feliz, porque hice la vida que quería hacer, porque fui dueño de mi vida y lo seré hasta el último minuto” Facundo Cabral no mentía, mejoraba a la verdad.
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