3/22/2012

Otoño, un movimiento del espíritu humano



Otoño, un movimiento del espíritu humano
por Pedro Patzer*
 
Otoño, capital de lo que pudo haber sido y provincia de lo que debería haber sido mejor
Otoño, todo lo que los ausentes se animan a recordarnos en los arrabales del amarillo, o tal vez, todo lo que el olvido desata en el naranja (pupitres de otoño en aulas donde el cuaderno y la telaraña, barcos hundidos en la memoria de los viejos capitanes, maderos heridos por las rústicas manos del carpintero, que siempre se negaron a la guitarra) ¿Será el otoño un pentagrama del silencio de la especie, un reloj que indica la edad de la melancolía (esa alegría por estar triste), o quizás la catedral de la miel humana?
Otoño en las madres , otoño en la prostitutas, otoño en los templos y en los lupanares, otoño en los altares y en los muelles, otoño en las banderas y en las camisas colgadas en los balcones,otoño en la pólvora y en la morfina.
Para los poetas, es el otoño la religión del mundo. Pablo Neruda, vivía el otoño como todo un acontecimiento poético, una especie de época de celebración de las pasiones humanas, tal es así, que el chileno, le escribió desde una oda: “Ay cuanto tiempo/ tierra/ sin otoño,/ cómo/ pudo vivirse!” hasta un testamento: “Entre morir y no morir/ me decidí por la guitarra/ y en esta intensa profesión/ mi corazón no tiene tregua,/ porque donde menos me esperan/ yo llegaré con mi equipaje/ a cosechar el primer vino/ en los sombreros del Otoño
Para Juan Gelman, es el otoño, el espacio donde cualquier sentimiento, alcanza la jerarquía de naufragio: “Debí decir te amo./ Pero estaba el otoño haciendo señas,/ clavándome sus puertas en el alma
Jaime Dávalos, anunció: “es ancho y negro el olvido/ que entra el otoño en el corazón
Para María Elena Walsh, el otoño era un Señor: “El señor se para en una esquina/ y del bolsillo de su pantalón/ saca banderitas de neblina/ y un incendio color de limón./ Con sus tijeritas amarillas/ pasa por el jardín: le cortó las patillas / y los bigotes al jazmín./ A los arbolitos de la plaza/ un sobretodo de oro les compró, / y pintó la tarde con mostaza / aunque el sol le decía que no. / Dicen que el señor tiene en el cielo/ un enorme taller / donde hará caramelos/ de azúcar del atardecer
Para Atahualpa Yupanqui, el otoño cabía en una zamba: “Los viejos cobres del monte,/ otoño sembrando van,/ y en las guitarras del campo,/ ya nacen las coplas de la soledad
Para José Larralde, el otoño es un libro: “Mi libro de otoño/ es hermoso y lento; / historias humildes,/ aves sin encierro,/ dolores que pasan / sin odas ni premios, / sin odios marrones / que opacan el cedro / de los que se alejan / epílogo adentro” Y podría citar a millares de poetas, porque sin otoño los griegos no hubieran sido Ulises; ni Cervantes, Quijote; ni Hernández, Martín Fierro; ni Shakesperare, Hamlet; porque todo lo que el otoño siembra en el corazón humano, se transforma en canción.
El otoño es un movimiento del espíritu humano, es la oportunidad que unos meses al año, tiene el hombre, para abrir los regalos milenarios que hay en su Misterio, para desnudar su sabiduría (la que ha sido encorsetada por el mundo) y asumirse, definitivamente, como parte del oleaje cósmico
 

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