6/01/2012

El Grito Sagrado




El Grito Sagrado
por Pedro Patzer*
 
Entre los fiscales del buen gusto (sibaritas de la cultura) y los mercachifles de la industria cultural (que por haber domado a algunas fieras de poco vuelo, se creen expertos en doma y canto), entre los corsarios de ríos secos (showmans, y managgers), y un país que le da la espalda a sus tesoros espirituales, una nación tilinga, devastada por la colonización cultural, que aplaude a rabiar el solo de guitarra del virtuoso gringo, lo que no está mal, pero deja morir en la pobreza y el olvido a la lira de Luis Franco. Entre todo esto me pregunto, Pedro: ¿para dónde va la vida? ¿si la mayoría acepta ser parte del club de la gran simulación, yo debiera sonreír y participar del mismo cóctel de elegidos, y decir palabras amenas acerca de la cultura? ¿Y qué pasa con el destino de cada hombre? ¿y qué con el sino de cada alma? ¿acaso no es una catástrofe presentarse ante alumnos de un terciario y que ellos no sepan quién es Atahualpa Yupanqui? ¿Qué debo hacer, seguir acariciando a la cómoda bestia de la cultura, o darle una patada para intentar sacarle su grito sagrado? ¿No nos cansa el confort cultural y estar tan de acuerdo en seguir levantando monumentos que ni siquiera le sirven de techo al mendigo? ¿Por qué mejor no tener una cultura popular monumental, una vida monumental? ¿Cuántas necrológicas habrá que escribir hasta urdir un manifiesto que nazca para nacerlo todo, una proclama que se parezca a la garganta desesperada del que en el medio de su provinciano abismo, canta la patria de los solitarios, la patria de los que ni el eco le presta su ejercicio, para sostener sus voces? Pienso en Borges y en Horacio Guarany, me pregunto: ¿por qué nunca nuestra cultura los sentó en la misma mesa?; pienso en Landriscina, que jamás fue considerado miembro de la academia argentina de Letras: ¿acaso alguien ha conseguido describir literariamente al carácter argentino, mejor que cada cuento de Landriscina? Pienso en los medios masivos que sólo mencionan a artistas populares cuando estos mueren, y ahí recuerdan la importancia de su obra, y hacen informes con pianito de fondo, incluso el presentador de la noticia se atreve a agregar un bocado: “ ...hasta siempre querido Chango...pasamos a deportes: ayer ganó Boca...” Es que es hermoso que te den una palmada en la espalda, que te consideren parte de la cosa, pero amigos, ¿de qué sirve ser un hombre de la cultura, cuando tu cultura está colonizada? Es como ser dueño de una casa tomada. ¿Alguna vez tuvieron noticias de alguna película catamarqueña, de alguna obra de teatro formoseña, de un pintor de Chubut ? José Agustín Ferreyra “¿quién?” - pregunta el experto en cine iraní y Nouvelle vague. José Agustín Ferreyra, repito, el Negro Ferreyra, el cineasta argentino, el que en la década del ´20, filmó películas con un marcado localismo estético que fundamentalmente retrataban los personajes y situaciones del suburbio porteño y al que por supuesto, los hombres de la cultura “civilizada” dieron la espalda, tal es así, que casi nunca le cedieron una sala para exhibir sus obras, porque Ferreyra, iba contra los cánones de lo europeizante, valores heredados del axioma Civilización y Barbarie, donde por supuesto lo bárbaro siempre fue lo nativo, mientras que lo civilizado, lo extranjero. En este contexto: ¿quién quiere ser un héroe cultural? Pues, sería transformarse en algo así como la mucama del millonario, que por vivir en una mansión, comienza a pensar como su patrón, olvidando que sus hermanos e hijos, siguen viviendo en la misma calle de tierra, donde la lucha por el pan, prosigue trágicamente.
Considero que ha llegado el momento en que nuestra cultura popular debe dar un paso trascendental, para que ella comprenda que en la historia de cada hombre está la cultura y que cada hombre debe hacer cultura con su propia historia, con su padre desocupado, con su abuelo con chagas, con la inundación que le derribó la casa, con el guiso flaco que muchas veces le puso seudónimo al hambre, con el maltrato que sufren muchas mujeres, con el desierto que crece en tantas cosas.
Es tiempo de que la cultura salga de los museos y de las secretarías de cultura, y tome las calles de tierra y las avenidas , y huela un poco a bosta y al perfume de las flores que crecen en nuestros jardines, a asado de albañil y a comedor comunitario, una cultura que refleje más el país que somos en los sueños, y no el país que sueñan los esbirros de la “alta cultura”, porque esta es una época en que el grito sagrado viene creciendo, y viene siendo algo así como un malón de ilusiones dispuesto a llevarse puesta a esa idea de “civilización” que sólo se dedicó a cortar y pegar, fórmulas extranjeras y a negarle el espacio que se merece la cultura interior.
Como hizo José Hernández con su Martín Fierro, el Negro Ferreyra con El tango de la muerte, Teresa Parodi con sus personajes del Corrientes profundo y tantos que se animaron a narrar la vida en argentino, a ponerle música y coplas a las heridas de sus hermanos, a levantar las banderas de las naciones íntimas, aunque el viento sea flaco, aunque los desprecien los cronistas que trabajan para el Konex, aunque no los difundan los medios masivos, porque a la larga, sus obras serán espejos donde los hombres libres, habrán de mirarse 

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