8/07/2016

Nadie le había advertido que en su silencio crecían montañas

por Pedro Patzer


Nadie le había advertido que en su silencio crecían montañas y que para llegar a sus cimas tenía que descubrir lo que los mapuches llaman el Tahiel: el propio canto.  Ellos aseguran que la misión de nuestro nacimiento es encontrar el canto divino, el tahiel que la Creación puso en nuestras almas.
La ciencia no tiene más remedio que aceptar la existencia geográfica de las montañas, mas no está dispuesta a certificar la existencia del alma y mucho menos de las montañas que crecen en ella.
Había comenzado a sentir los primeros movimientos de las montañas interiores, aunque las oraciones que le habían enseñado de memoria y los jingles publicitarios le hicieron creer que entre los automáticos rituales y el deseo de comprar cosas sin sentido, se aliviaban las angustias.
De todos modos cada tanto las montañas hacían movimientos en su silencio, pero él ya era un rehén habitual de los cursos de milagros de tevé y de los civilizados protocolos que no ponen nada en riesgo en cada atardecer. Sin embargo había algo que lo hacía despreciar a los amigos de todos, algo que lo hacía burlarse de los campeones, descreer de la pulcritud de los santos, algo que lo hacía sospechar que debajo del parque de diversiones estaban enterrados los misiles, y que el ebrio que balbuceaba en las estación de trenes rodeado de perros, sabía algo que no podía soportar con una camisa almidonada como la del ministro de eucaristía. La montaña insistía en su percepción, lo aguijoneaba el vuelo de los pájaros en una ciudad llena de abajos y lo aturdía la resignación de los ancianos ante el irremediable otoño.
Cuando conoció a la niña autista, no sabía qué significaba el autismo, aunque tuvo la sensación de que ella había llegado a un lugar en el que miraba la vida de semejante manera que las palabras están demás. La niña autista lo contemplaba desde una cima y el mundo que él habitaba se volvía precipicio.
- ¿De qué cima me mira? – se preguntaba habitualmente. Entonces las montañas interiores se sacudían en su silencio y canciones, palabras de lenguas de tribus desaparecidas acudían a su voz.
El gabinete psicopedagógico de la escuela, diagnóstico que el niño tenía problemas de conducta. A él cada vez más le costaba comprender los relojes y los semáforos, a los gordos obispos y los enormes cuarteles; los financistas haciendo yoga y los fantasmas que le tienen pavor a los vivos; la metáfora del Desierto violada por Las Vegas, los adjetivos del crítico que alaba el sonido de la pianista sin perturbarse por el bochinche.

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