El turista y el paisaje
por Pedro Patzer
“Si no se vive como un hombre/ junto a todos los hombres/ uno es un turista de este mundo/ fotografiando los paisajes” – escribió nuestro Hamlet, el Lima Quintana.
El turista mantiene una relación frívola con el paisaje, coloca en él todas las travesuras que en su ciudad inmóvil no se anima a desatar: ve en el crepúsculo del mar o en la noche de los cerros la íntima revolución, que sólo en las vacaciones se permite añorar.
Al gran paisaje lo omite a diario, cuando lejos de sus vacaciones, vive haciendo turismo en la existencia, poblando trajes hechos a la medida de su nausea, habitando sólo idiomas de este mundo (reconociéndose analfabeto de las lenguas de los otros mundos) pagando puntualmente el impuesto de lo que lo mata, siendo un atleta más del cotidiano maratón de la vulgaridad.
“Hay tan poca gente que ame los paisajes que no existen” – advierte el poeta Fernando Pessoa, para que los administradores de lo literal rezonguen y pregunten: ¿Cómo se ha de amar un paisaje que no existe? Y es justo el momento donde los millonarios de coplas y canciones se tornan revancha (de los paisajes latentes que acechan a los que no precisan que el gerente de recursos humanos les firme la autorización para ser por quince días hábiles: hombres libres) y aparecen con sus imágenes sabias:
“Mi copla tiene un paisaje” - denuncia Yupanqui, y lo complica todo: Ya bastante atormentados estaban los señores de lo literal con el tema de amar los paisajes que no existen, para que ahora Atahualpa confiese que su copla tiene un paisaje propio.
- “¿ Y cómo sé yo cuál es mi copla?” - se preguntan los correctos turistas, y alguien podría pensar en los relojes que siguen dando la hora en las casas abandonadas, o las viejas muñecas de las ancianas niñas que murieron hace mucho tiempo. Sin embargo, es el íntimo paisaje el que nos ayuda a descubrir cuál es nuestra copla: ¿Es el mariscador el que contempla el Paraná o es el río con sus ojos de barro quien espía a este obrero de las orillas? ¿Es el surero el que utiliza al horizonte como su música secreta o es el horizonte quien usa al hombre de llanura como su instrumento de nostalgias? ¿Es el minero el que se hunde en la oscuridad de la tierra o es la ceguera del mundo la que escruta al profesional de lo hondo?
El que trasciende el estadio de turista frente al paisaje, es aquel que hace como el carpintero ante las tablas, como el pintor ante la tela en blanco, como alfarero ante la quietud del barro, como el amante ante el cuerpo de la amada
“Si no se vive como un hombre/ junto a todos los hombres/ uno es un turista de este mundo/ fotografiando los paisajes” – escribió nuestro Hamlet, el Lima Quintana.
El turista mantiene una relación frívola con el paisaje, coloca en él todas las travesuras que en su ciudad inmóvil no se anima a desatar: ve en el crepúsculo del mar o en la noche de los cerros la íntima revolución, que sólo en las vacaciones se permite añorar.
Al gran paisaje lo omite a diario, cuando lejos de sus vacaciones, vive haciendo turismo en la existencia, poblando trajes hechos a la medida de su nausea, habitando sólo idiomas de este mundo (reconociéndose analfabeto de las lenguas de los otros mundos) pagando puntualmente el impuesto de lo que lo mata, siendo un atleta más del cotidiano maratón de la vulgaridad.
“Hay tan poca gente que ame los paisajes que no existen” – advierte el poeta Fernando Pessoa, para que los administradores de lo literal rezonguen y pregunten: ¿Cómo se ha de amar un paisaje que no existe? Y es justo el momento donde los millonarios de coplas y canciones se tornan revancha (de los paisajes latentes que acechan a los que no precisan que el gerente de recursos humanos les firme la autorización para ser por quince días hábiles: hombres libres) y aparecen con sus imágenes sabias:
“Mi copla tiene un paisaje” - denuncia Yupanqui, y lo complica todo: Ya bastante atormentados estaban los señores de lo literal con el tema de amar los paisajes que no existen, para que ahora Atahualpa confiese que su copla tiene un paisaje propio.
- “¿ Y cómo sé yo cuál es mi copla?” - se preguntan los correctos turistas, y alguien podría pensar en los relojes que siguen dando la hora en las casas abandonadas, o las viejas muñecas de las ancianas niñas que murieron hace mucho tiempo. Sin embargo, es el íntimo paisaje el que nos ayuda a descubrir cuál es nuestra copla: ¿Es el mariscador el que contempla el Paraná o es el río con sus ojos de barro quien espía a este obrero de las orillas? ¿Es el surero el que utiliza al horizonte como su música secreta o es el horizonte quien usa al hombre de llanura como su instrumento de nostalgias? ¿Es el minero el que se hunde en la oscuridad de la tierra o es la ceguera del mundo la que escruta al profesional de lo hondo?
El que trasciende el estadio de turista frente al paisaje, es aquel que hace como el carpintero ante las tablas, como el pintor ante la tela en blanco, como alfarero ante la quietud del barro, como el amante ante el cuerpo de la amada
PUBLICADO EN www.boletinfolklore.com.ar
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