4/24/2014

Felisa, la Pachamama de Amaicha del Valle



Felisa, la Pachamama de Amaicha del Valle 
por Pedro Patzer*
 
Mientras la tele y los diarios de Buenos Aires nos brindan sus cotidianos apocalipsis; mientras los mercaderes de las noticias nos convencen de que hemos perdido el paraíso; mientras desde los suplementos culturales siguen añorando los altillos de París y continúan desconociendo los antigales calchaquíes; mientras los intelectuales se emocionan con el cine exótico universal, pero dejan pasar ,con más pena que gloria, a decenas de películas nacionales y latinoamericanas; mientras todo eso sucede, en Amaicha, sus pobladores eligen (en el epílogo del carnaval) a una abuela como Pachamama, a Felisa, la Pachamama de Amaicha del Valle!
Ahí, en el país de la vidala, ahí en el país de la coca, ahí en el país del cerro, ahí en el país de la copla, ahí en el país del carnaval, ahí donde la Virgen tallada y el eco de la sed de la Difunta Correa, ahí, donde la tucumanía profunda retumba en cajas, ahí donde los gringos se apunan, ahí donde se aprende a desaprender eso que llaman civilización para recuperar el asombro del ser nativo, ahí se olvidan del mundo que desprecia la sabiduría de los ancianos y cada año eligen a una abuela para que interprete, en su corazón, la voz ancestral de la Pachamama, el espíritu cósmico de la madre de los cerros.
Felisa Arias de Balderrama es la Pachamama de Amaicha del Valle , una abuela sabia, que durante doce meses, interpretará el ancestral mandato de la madre de los cerros. Felisa, con sus noventa años, acumula balbuceos de montañas, plegarias de caja, caminos angosto entre precipicios y ushutas mojadas. Felisa que anduvo en mula, entre nubes y hambre, que conoció el frío beso de la madruga de invierno en las manos del que pela caña, que padeció el fatídico acecho del familiar, ese perro negro que ladra en el silencio del zafrero. Felisa que sabe que el canto indígena permanece en Amaicha, que en lengua originaria quiere decir: “Cuesta abajo”, ella que muchas veces tuvo que bajar del cielo de la vidala para ir a Tafí o Catamarca. Porque Felisa comprende que Amaicha es la frontera de los vientos: por su sangre soplan los vientos libres de Abya Yala, los mismos vientos que agitaran los espíritus de San Martín y Felipe Varela, de Condorcanqui y Belgrano, los mismos vientos que hicieran del poncho de Atahualpa Yupanqui, bandera musical del caminante.
Felisa, Pachamama de Amaicha del Valle, recomienda abrevar en el libro de la chicha en febrero, en el cine de las apachetas y sus siglos de ofrendas paganas, en los lerdos milagros que acontecen en las horas del pastor, en los profundos conocimientos que se adquieren cuidando la majada y descifrando la secreta música del viento en el cañaveral. Felisa nos recuerda que el corral es como una escuela, y el sendero, como un templo. Esos caminitos donde la muerte juega en los precipicios, donde el silencio esculpe en el rostro cobrizo artesanías de raza, donde la copla huraña sabe a aguardiente de ríos andinos, donde el cóndor supersticioso mira de reojo a la diminuta abuela que por un año será la madre tierra. Ella, Felisa, la Pachamama de Amaicha, la que cambia los milenios de ecos por el ancestral sonido del “joi - joi” , que en definitiva es el eco del corazón nativo del país de los valles Calchaquíes
Bajo el cielo de los antiguos, Felisa arrea siglos de cantos y silencios, recibe la gratitud india, la corpachada, tributo a ella, madre de los cerros que junto a Inti y Quilla, custodian las almas ancestrales de Amaicha.

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