12/08/2014

Santos Guayama, el gaucho que murió nueve veces





Santos Guayama, el gaucho que murió nueve veces

 por Pedro Patzer

Uno de los que encarnó el misterio de eso que llamamos ser gaucho (no el gaucho de desfile, ni de centro tradicionalista, sino gaucho a los Güemes, gaucho hijo de la intemperie cultural de la América morocha) fue el sanjuanino José de los Santos Guayama, un héroe de los confines de nuestra historia (o de la historia verdadera, la que fue de indio en indio, de gaucho en gaucho, de silencio en silencio, de fogón en fogón, de guitarra en guitarra, de muerto en muerto) al que su pueblo le ha levantado el más importante monumento que se le puede erigir a un hombre: lo hizo leyenda (Ironía del destino: la misma provincia que diera a Sarmiento, el que llamaba bárbaro al gaucho, dio a un gaucho al que su pueblo santificó) Tan fundamental era la presencia de Santos Guayama para los descalzos, que los hombres de botas urdieron nueve comunicados oficiales de su muerte, en todos aseguraban que el gaucho rebelde había sido atrapado y fusilado, lo que produjo una reacción mágica del pueblo que lo bautizara: "el hombre que murió nueve veces". No existe más eficaz certificado de eternidad de un héroe popular que su sentencia de muerte expedida por los tiranos. En realidad (o en mito) , ocho veces, ocho hombres decidieron entrar a la muerte con el nombre de Santos Guayama, porque Guayama era como la copla popular, anónima, de todos y de nadie. Por eso, cualquier descalzo ante el yugo del verdugo afirmaba ser don Santos, y así consagraba su fusilamiento a otro renacer del Guayama del pueblo. Es decir, un héroe está hecho de las hazañas de muchos desconocidos, como el canto de Martín Fierro está conformado por todos los silencios de los nadies. El zonda, biógrafo oficial de Santos Guayama, señala, en sus antiguos cuadernos de tempestades, que Guayama llegó a ser lugarteniente del Chacho Peñaloza y teniente coronel en las filas de Felipe Varela y que luego fue él mismo un caudillo que, entre muchas aventuras, lograra en 1868 controlar la capital riojana y hacerse de 200 fusiles. Es decir, Santos fue uno de esos elegidos por la tierra para llevar a cabo el alarido que los ríos, cerros, selvas y desiertos sugieren desde hace siglos en este continente. Aunque la historia oficial lo haya desdeñado o eludido, “el hombre que murió nueve veces” alcanzó eso que jamás consiguieron Sarmiento, Mitre y Rivadavia: Santos Guayama se transformó en un santo de pueblo, en un gaucho sagrado intérprete de las plegarias de los desesperados, que le levantan ermitas, le encienden velas, y le adjudican milagros chiquititos pero fundamentales, como un pedazo de pan o un sorbo de agua. De hecho Guayama lidera en 1860 “la rebelión lagunera”, cuando las lagunas de Guanacache comenzaron a secarse por las tomas hechas aguas arriba, perjudicando, como siempre, a los de abajo. Un hombre que llevaba en sus venas los ecos de los bañados huarpes, no podía mantenerse indiferente ante semejante acontecimiento. Como tantos bandoleros divinos, Santos Guayama robaba y repartía entre los pobres, esto - entre otras cuestiones que demostraban la sensibilidad de Santos con los humildes - hizo que el padre Brochero, el cura gaucho, se acercara a él y forjara una amistad que duró hasta la última muerte (la novena) de Santos Guayama en 1879. “Montonero de Guayama,/ el del poncho calamaco/ y la vincha colorada…/ el del caballo de acero/ y la montura chapeada;/ el que lleva su hidalguía/ en la punta de su daga/ y el que tiene cien victorias/ en su lanza de tacuara…/ ¿A dónde vas, montonero, montonero de Guayama?”. (“Los Gauchos de Guayama” de Miguel Martos) La mayoría de los argentinos jamás escuchó hablar de Santos Guayama. 
Cierta vez Arturo Jauretche propuso dar vuelta los mapas del mundo y hacer que el mundo comience desde el sur. Habrá que hacer lo mismo con nuestra historia, darla vuelta y hacer que ella empiece por los héroes de los de abajo.

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