2/15/2017

Todos los ríos de febrero, toda la sed de la Chaya

por Pedro Patzer

Todos los ríos de América confluyen en el agua de febrero, agua que para llegar a su destino chayero tuvo que atravesar las soledades del frío, las promesas de la flor, los balbuceos del calor y por fin, la aurora del carnaval. Agua que deja atrás los desiertos acumulados en el año y se entrega a la chaya, porque en la chaya la cultura retumba en la caja: el eco calchaquí, el trueno diaguita, el corazón del albahaca, el alma del pueblo. La caja que por un año estuvo esperando la llegada de tres días enharinados de eternidad, tres días en que la vidalita sentimental y la aloja de algarroba embriagan de vida a la multitud. Aunque uno no sabe si cada golpe de caja chayera es un rumor de siglos o un llamado de porvenir.
El término “Chaya” significa “rociar” o “llegar”, rociar con agua a otra persona, una manera de representar el ritual del agua con la tierra, y llegar, la idea de que llega el momento en que la madre tierra da sus frutos, es decir la época en que el vientre de Pachamama vuelve a parir el mundo.
El Pucllay es el gran personaje de la chaya, el héroe del carnaval que contiene los misterios del aborígenes y criollos, para algunos “Pucllay” significa jugar y representa al viejo alegre campesino.
Hay quien sostiene que el Pucllay es a la chaya lo que Kacharpaya al carnaval santiagueño y salteño. A los dos se los entierra en una senda ceremonia, pero antes se los sube a un burro que es acompañado por cantores y cantoras que bebiendo aloja cantan: “Vidalitas por el carnaval/que se ha de acabar/ al año cabal
¿Qué secretos de la chaya conservarán los algarrobales? ¿tendrá la vidalita la misma edad que la chaya, o ella será una hija del primer idilio entre la copla y la caja? ¿Cuántos árboles se sacrificaron para dar violines chayeros, violines que median entre el misterio de los hombres y los ríos de la tierra? ¿Cuántos olivares y Nogales, cuánto oro de Famatina y piedras del Velasco, cuántos salitrales y desiertos, cuántos hombres y mujeres siendo paisajes, pueden ser resumidos en una copla de febrero?
Caballos alborotados de ancestrales caminos, ranchos que demuestran la riqueza que posee la alegría de los humildes: “Con la frescura de una alojita colada sencilla y enharinada la chaya de los pobres viene con un corazón de tambor y cien palomas de albahaca. a traerte este mensaje de guitarras y pañuelos y a pedirte por tu pueblo tu tesón y tu desvelo. para que muera la pena, para que crezca como un árbol la alegría y amanezcan mañana los tambores templados con el sol de un nuevo día” (Chaya de los pobres – Letra: Ramón Navarro)
La aloja que contribuye a saciar la otra sed, tal vez, la sed más humana, la sed del corazón atiborrado de vida, la otra sed que en tres días conoce los auténticos ríos de febrero
Sin embargo la harina y la albahaca saben que América es sinónimo de agua, porque la harina y la albahaca sospechan cuántos dioses silvestres se desatan cuando el agua moja la tierra, cuando el agua desata la chaya. Esa chaya que hace del vino riojano un río que siempre va hacia el mar del carnaval, esa chaya que hace de febrero un renacimiento de harina, un destino de albahaca, una catedral pagana del vidalear. Porque la chaya celebra una religión que tiene como único templo el fervor de su pueblo, porque la chaya está ahí para recordarnos que hay voces, cantos, rituales, presencias, visiones de la Tierra, que persisten entre nosotros
La felicidad del chayero es muy dificil de explicar, una dicha antediluviana, un bienestar del paraíso perdido, esa euforia de pertenecer a la riqueza de la existencia con las manos vacías, eso de ser a la vez parte del árbol, del cerro, del tiempo. La chaya no nos considera habitantes de esta tierra, la chaya nos hace ser la Tierra. Por eso la chaya es aborigen: Nuncancholo/ Piscocamani/ Saucepatamp/ Iguaicami/ Tumpa vaira/ Basta vaqui/ Brasos mique/ Purmai carpi
¿Cuántos dioses ebrios, cuántos héroes de la albahaca, cuántas vidalas como urgentes rezos ha entregado la chaya? La chaya es la manera que el riojano y el catamarqueño tienen de alcanzar la vida en vida, tal es así que este carnaval que posee como protagonista al Pucllay ha engendrado un verbo: “Chayar”. Según Lafone Quevedo, Chayar, significa “andar machado, con mozas en ancas, pechar en las alojeadas, cantar la vidalita” aunque nosotros consideramos que chayar es encender el fuego sagrado de un pueblo, conectar con los primeros idiomas, con todo aquellos que dicen los árboles y los ríos y también todo lo que sabiamente prefieren ya no decir nuestros muertos. ¿O acaso creemos que la Chaya no está hecha de la memoria padre Angelelli? “Pegando bien el oído a nuestro pueblo, especialmente a los pobres, a la juventud y a la experiencia recogida por los ancianos”
¿O acaso creemos que la Chaya no está hecha de la inolvidable poesía de Ariel Ferraro? “Echad sobre la herida inventada en mis manos,/ Un poco de su tierra/ Feroz y aventurera;/ Que entonces,/Ah, entonces!.../Las ardidas palabras que guardé tantos años/ Me brotarán desnudas en aires de vidalas/ Para decir cantando/ Su raro abecedario”
¿O acaso creemos que la Chaya no está hecha de las coplas anónimas que de siglo en siglo navegan hasta las orillas de cada febrero? “Cuando canto la chayera ¡ay sí! / Me dan aganas de llorar ¡Ay no!/ Porque se me representa ¡Ay así! / El martes del carnaval ¡Ay no!/Tuyo hei de ser mientras viva/ riojanita linda/ Vamos, vidita, vamos a juntar/ ramitas de albahaca/ Ay, vidalita, para el carnaval/ Carnaval alegre/ Ay vidalita, que ya va a empezar/ Chichita y aloja/ Ay, mi negrita, vamos a tomar”
La chaya concentra a siglos de canto en Malligasta; Anguinán; Nonogasta; Vichigasta; y en la catamarqueña Pomán, aunque la chaya sintetiza el ancestral diálogo entre el agua y la tierra, entre el hombre y el mundo. Ella es un espejo de milenios, un fervoroso recuerdo de la aurora andina.
Y que los bueyes esperen, y que los cerros callen, y que la lana de guanaco no insista con las viejitas endemoniadas, y que los burros se aburran de esperar a los humildes peones, porque estos tres días de febrero, son, los tres únicos días en que todos somos iguales antes los ojos del Carnaval.

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