por Pedro Patzer
Pues bien, he despertado,
he dejado atrás mis ojos de ceguera aprendida, ahora veo a través de eso que
hace milenios he sido, antes de ser.
Por lo que puedo sentir
como el río y pensar como la piedra, consigo alcanzar todo lo que calla el
árbol y todo lo que pronuncia el viento.
Ya la edad no es una
lotería de los que rifan el mundo; ahora es un asunto serio, la medida para
sanar el océano y el corazón humano. Ya no hay tiempo para campeones
solitarios, ni para los fundamentos de las fronteras; ya nos toca pelear por la
vida, por el himno de las ranas y el pan de la niñez. Hay que dejar de ser
esclavos de lo que no necesitamos, esclavos de deseos e identidades ajenas,
dejar de temerle a los fantasmas de la nada y procurar no morir sin haber
cambiado un poco la vida.
Hay que hacer ayuno de
todo lo que sabemos de memoria, y darle a la humanidad la oportunidad de
empezar a mirar de nuevo. Dejar atrás los días como mercancía y el planeta como
una fábrica monstruosa. Hemos hecho del mundo un gran escenario sobre el cual
se han representado hermosas y patéticas obras, ahora es tiempo de hacer de él,
un jardín donde los llegados vengan a aprender a nacer, y donde los que se marchan
lo hagan como auroras de los que vendrán. Cuando tanta gente le teme a la
muerte, es porque antes que nada le teme a la vida.
¿A dónde vamos después de
la muerte? Se pregunta la mayoría. La humanidad sanará cuando la mayoría se
pregunte: ¿hacia dónde hacemos que vaya la vida antes de nuestra pequeña muerte?
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